El pasado viernes, 16 de abril, el papa emérito Benedicto XVI cumplió 94 años y lo celebró en su residencia con brisa monacal ‘Mater Ecclesiae’ del Vaticano, de manera íntima y discreta, de la misma manera que vive desde que renunciara al pontificado. Hoy, su silueta brilla en el corazón de la humanidad como una blanca columna de esperanza y de fe. Hace poco, Peter Seewald, periodista y escritor, nos presentaba la gran biografía de Benedicto XVI, narrando la trayectoria vital de Joseph Ratzinger, desde su nacimiento en Marktl del Eno hasta su renuncia al ministerio petrino. El «Papa alemán» estuvo más de medio siglo bajo los focos de la opinión pública como catedrático de Teología, en Bonn, Münster, Tubinga y Ratisbona; como teólogo conciliar y redactor de discursos para el cardenal Frings, en el Concilio Vaticano II; como arzobispo de Múnich; como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en Roma, y por último, como papa Benedicto XVI. No podemos condensar en unas líneas el bosque de afanes y tareas del papa emérito, pero sí subrayar, como hermosos destellos, su contribución para renovar a la Iglesia católica en el Concilio, su labor como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que, al lado de Karol Wojtyla, mantuvo el rumbo de la nave de la Iglesia en medio de las tempestades de un mundo convulso y envuelto en las llamas de una increencia galopante y de un relativismo feroz, y su papel impagable de «constructor de puentes», mostrando y demostrando que «la religión y la razón no se contraponen», que precisamente la razón es la garantía que protege a la religión del peligro de deslizarse hacia enajenadas fantasías y hacia el fanatismo. Benedicto XVI sigue impresionando al mundo, a pesar de su edad, por su nobleza de carácter, su elevado espíritu, la honestidad de sus análisis y la profundidad y belleza de sus palabras. Todo el mundo sabía que lo que anunciaba, por incómodo que resultara, se correspondía fielmente con la doctrina del Evangelio y estaba en continuidad con los padres de la Iglesia y la reforma del Concilio Vaticano II. «Joseph Ratzinger, señala su biógrafo Peter Seewald, ha sido no solo uno de los mayores teólogos que se hayan sentado en la sede petrina, sino también un maestro espiritual que convence por su franqueza y autenticidad». A Benedicto XVI le debemos una de las más hermosas definiciones del cristianismo: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Cuando cumplió 85 años, Benedicto XVI invitó a almorzar a los cardenales, y a la hora de los brindis, se levantó sin papeles, diciéndoles que estuvieran tranquilos, porque «estamos en el equipo del Señor, por tanto en el equipo que vence». Y a continuación, les confesó con ternura: «Me encuentro ante el último tramo del camino de mi vida y no sé lo que me espera. Pero sé que la luz de Dios existe, que Él ha resucitado, que su luz es más fuerte que cualquier oscuridad, que la bondad de Dios es más fuerte que todo el mal del mundo». Benedicto XVI sigue cumpliendo años. Su sucesor, el papa Francisco, lo calificó como «un gran Papa»: «Grande por la fuerza y lucidez de su inteligencia, grande por su importante contribución a la teología, grande por su gran amor a la Iglesia y a los hombres».

* * Sacerdote y periodista