Mañana es 14 de abril y se cumplirán noventa años de la proclamación de la II República. Desde diferentes foros académicos y periodísticos se analizarán los acontecimientos que condujeron a aquel cambio de régimen, cuya consecuencia directa fue la salida del país del rey Alfonso XIII, que seguía el camino que en 1868 emprendió su abuela, la reina Isabel II. El domingo 12 de abril se celebraron unas elecciones municipales, con ellas el gobierno de Aznar pretendía iniciar un camino de vuelta hacia la situación política anterior a 1923. La realidad será bien distinta, pues el resultado de los comicios, con más concejales monárquicos que republicanos, pero con más votos para los segundos que para los primeros trajo como consecuencia el cambio, cuyo origen está en el clima político generado al menos desde un año antes, y así el domingo de las elecciones escribiría Niceto Alcalá-Zamora: «En ese estado de ánimo amaneció el 12 de abril, que iba no ya a conformar las esperanzas del triunfo, sino a rebosarlas con la mayor, más pacífica y gloriosa victoria que haya obtenido una democracia».

Quien así se expresaba era un político nacido en Priego de Córdoba, diputado en varias legislaturas desde 1906 (siempre por el distrito de La Carolina) y que en dos ocasiones fue ministro con Alfonso XIII. Justo un año antes, en Valencia, había pronunciado un discurso que tuvo un gran eco en la prensa, y cuyo contenido, tras una lectura atenta, merece mayor valoración de la que se le concede en algunas obras. Aquel día Alcalá-Zamora señaló que la monarquía había entrado en una fase de descrédito, y que de hecho ya se atravesaba en España una fase constituyente en virtud de la cual habría que recuperar la soberanía nacional. Se preguntó por las alternativas, y tras desechar tanto la búsqueda de una nueva dinastía al igual que se hizo en 1869 como intentar una solución de continuidad, defendió la única solución posible: «Yo proclamo el derecho y el deber en los elementos monárquicos, de condición democrática y constitucional de servir, de votar, de propagar la defensa de una forma republicana de gobierno como la solución ideal mejor para España». Y en efecto, a esa labor de propaganda se dedicaría a lo largo de un año en el cual pasó por la cárcel (entre diciembre y marzo) y por un consejo de Guerra, hasta ser elegido como concejal en el distrito de Chamberí el día 12 y convertirse el día 14 en Presidente del Gobierno provisional de la República.

El primer decreto de aquel gobierno estuvo destinado a una amnistía para los delitos políticos y de imprenta. También se dotó de inmediato de un estatuto jurídico en el cual reconocía «su carácter transitorio», y en consecuencia se comprometía a someter toda su actuación «al discernimiento y sanción» de unas futuras Cortes Constituyentes; también hacía pública la decisión de respetar «la conciencia individual mediante la libertad de creencias y cultos», y asimismo hablaba de ampliar el reconocimiento de derechos, al tiempo que garantizaba la propiedad privada. En su primer discurso, radiado desde el edifico de la entonces Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol, Alcalá-Zamora diría al final: «Con el corazón en alto, el Gobierno de la República no puede daros la felicidad, porque esto no está en su manos, pero sí el cumplimiento de la ley y la conducta inspirada en el bien de la Patria». Hasta las dos de la madrugada, ya del día 15, el nuevo presidente no se desplazó hasta la sede de la presidencia, acompañado de Largo Caballero y de Rafael Sánchez Guerra. Allí les dijo a los periodistas: «Hemos dado al mundo una muestra de ciudadanía». Justo lo contrario de lo practicado por quienes desde el primer momento estuvieron dispuestos a conspirar contra la República hasta que al final la destruyeron.

*Historiador