Perseguido, ninguneado, maltratado y desterrado. Por economía caligráfica adjetivar con apariencia ‘numerus clausus’ no significa ignorar la lista de entuertos que la historia ha conferido a un brillante y desconocido hispanista cordobés, Don Lorenzo Lucena Pedrosa, primer profesor de español en la prestigiosa Universidad de Oxford.

Este ilustre personaje nació en Aguilar de la Frontera un 25 de marzo de 1807. Provenía de una familia de renombre en su pueblo, de la cual han salido a los menos dos alcaldes. Alumno brillante, estudió Filosofía y Teología en el Seminario San Pelagio de Córdoba, con veintiún años fue nombrado catedrático de Teología (cargo ejercido durante ocho años) y dos años después, ordenado presbítero. Allí, entre tantas anécdotas no solamente tuvo un alumno singular, Julián Sanz del Río, introductor del krausismo en España, sino que desempeñó la presidencia del Colegio entre 1830-1833. Sin embargo, sus últimos años en Córdoba fueron un verdadero calvario, fruto del trabajo orquestado por quienes procuraron silenciar su huella hasta hoy. Me atrevería a decir que los escritores locales le tendrían hasta hace minutos por advenedizo, incluso la Real Academia de Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, no obstante, como bien dijo el pastor King «siempre es el momento apropiado para hacer lo que es correcto», he aquí una gran oportunidad de oro para dignificarlo y darle un sitial.

En la España de principios del XIX ser enseñante en el seno de una de las instituciones más influyentes del mundo, no era cualquier cosa y mucho menos convertirse al protestantismo (1834), abandonar el celibato y echarse pareja. Fue todo un bombazo mediático de antaño, tomando en cuenta que uno de sus hermanos mayores también era sacerdote. He aquí su sentencia de muerte en vida, y lo digo porque la inquisición se dedicaba a la persecución de los considerados herejes, esta culminó en 1836; pero ante el despliegue de este Ius puniendi palmariano no tuvo más opción que huir, primero a Gibraltar, donde fundó una escuela de enseñanza del castellano.

Tampoco el trasiego al peñón estuvo exento de afirmaciones capciosas de otros escritores, entre ellos Marcelino Menéndez Pelayo en su libro ‘Historia de Heterodoxos españoles’ lo cita sin librarlo del recurso a la lascivia, asociando su partida a contrabando y doble moral; marchó «en una noche de ventisca y truenos, en compañía de un contrabandista y de una prima suya, de quien el Lucena estaba locamente enamorado», ¡vaya!, una prima tercera, Micaela, con quien se casó más adelante. De pena los argumentos adversos para estigmatizarlo en todos los frentes.

Su actitud proactiva en el exilio, le llevó a traducir varios textos para su difusión en España y América. Luego viajó a en Inglaterra, donde ejerció de manera incansable la enseñanza de la lengua, historia y cultura hispana, Fue profesor de español en la Royal Institution y el Queen College de Liverpool. Era tanta su pasión por la lengua que recibía alumnos de forma privada en su casa de Park Terrace. A él se debió el crecimiento de la biblioteca en español de Oxford, los archivos dan testimonio de que libros aconsejó comprar e incluso cuales tomaba prestados. Realizó una revisión del libro más traducido del mundo: la Biblia, cuyo producto en español generó tanto impacto por su calidad y belleza lingüística que superó a otras versiones circulantes. A partir de 1869 el texto de Lucena se veía en Biblias publicadas en Londres, Nueva York y Barcelona, labor que sirvió de base para la posterior publicación de la que hoy es la serie castellana más popular, la Reina y Valera; por cierto, versión personal y bastante citada por el gran genio de las letras don Miguel de Unamuno. En 1877 tras años de enseñanza en la Universidad de Oxford, recibe el titulo honorario Master of Arts.

En definitiva, en este mes del idioma, del libro y de la resurrección, oportuno resulta conocer que fue un cordobés, quien inauguró las clases de lengua y literatura española ‘in illo tempore’ en la mejor universidad del mundo. Si algún sentido de justicia existe en la sociedad de hoy, es dignificarlo no solo a él; sino todos aquellos talentos que, por una u otra causa, la ignorancia ha pretendido sepultar en los anales del tiempo. A todos ellos nuestro más sentido homenaje.