El pasado 23 de marzo, otra vez, murió un trabajador en Córdoba. A punto de reiniciar su trabajo en una obra, tras el descanso para almorzar, cayó fulminado por un ataque al corazón. Fue imposible salvarlo. Tenía 54 años.

Solemos relacionar la siniestralidad laboral con andamios y cascos. Sin embargo, miles de casos de accidentalidad en el trabajo se deben a problemas cardiovasculares. En concreto, durante el 2020, murieron en nuestro país por infartos, derrames cerebrales o causas similares, 234 personas: prácticamente un entierro diario durante ocho meses completos. Durante ese período, causaron 1 de cada 3 muertes laborales en España.

A esto habría que añadir a quienes, sin llegar al accidente, enferman con estas dolencias en su trabajo. Por supuesto, tampoco podemos olvidar a quienes trabajan en la economía sumergida. Trabajadoras y trabajadores que ni siquiera aparecen en las estadísticas.

Pero, ¿cuáles son las causas de estas dolencias en el trabajo? Según un estudio realizado por el ISTAS (Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud) y la UAB (Universidad Autónoma de Barcelona) existe una fuerte relación entre las enfermedades mentales y cardiovasculares y quienes trabajan en un estado de «alta tensión». Esta situación laboral (alta tensión), es esa en la que hay una gran exigencia en el puesto de trabajo, pero sin ningún tipo de control por parte del trabajador. Y esto, mantenido en el tiempo. En la práctica, hablamos de empresas con plantillas escasas, muchas tareas asignadas y poco tiempo para desarrollarlas. Todo esto, combinado con contratos precarios, produce una mezcla explosiva. Este «cóctel molotov» afectaba al 22,3% de la población asalariada en 2016. En 2020 doblamos: llegamos al 44,3%. Ni qué decir tiene, además, el impacto de la pandemia en este tipo de escenarios tan peligrosos para el corazón de quien trabaja.

La vida es un regalo. Para personas de fe, un don de Dios. En cualquier caso, es lo más valioso. Merecemos disfrutarla, no arriesgarla. Cuidarla, no maltratarla. Enriquecerla, no malgastarla... Y para todo ello necesitamos un corazón sano, que soporte toda nuestra peripecia vital... Que no nos mate.

Cuando el trabajo remunerado se convierte en una trampa para nuestra vida tenemos que denunciar públicamente que es injusto, inmoral... Y criminal. Porque «...el valor del trabajo humano no es, en primer lugar, el tipo de trabajo que se realiza, sino el hecho de que quien lo ejecuta es una persona humana» (Laborem Exercens).

* Presidente de la HOAC