El cura de cuatro pueblos de Extremadura –hasta la Iglesia católica, lo mismo que bancos y cajas de ahorro, ha notado el despoblamiento- se quejaba al periodista de que sí, que la vida rural está muy bien y que la poesía que genera puede ser inmensa. «Pero ¿dónde compramos un periódico?, ya no hay quioscos». El cura, persona estudiada que andaba casi todo el día de libros y de almas, se lamentaba del sitio donde trabajaba, a pesar de su vocación. «Es que sin quioscos ni librerías no puede ser igual un pueblo que una ciudad».

Leí en un periódico de papel –vivo en la capital donde puedo comprarlos porque no están prohibidos-- un anuncio sobre el perfil cultural del Madrid del siglo XX donde la Fundación Ramón Areces anunciaba para el martes 30 una conversación on line en la que intervenían tres personas, la principal en este caso, el escritor Andrés Trapiello, autor del libro Madrid, que ahora está en plena promoción. El anuncio especificaba que la asistencia sería on line y gratuita. Recordé que las convocatorias de notable relevancia de este periódico son on line últimamente, en esa modalidad en la que también se hace notar la Real Academia de Córdoba, el ya famoso streaming de la pandemia, donde asistes a los mejores actos académicos sin estar presente y sin chaqueta. Lo que viven los alumnos de mi hija en sus clases on line de Filosofía. Reflexioné y pensé, en aquel momento, que ya se podía vivir en un pueblo y asistir a conferencias de altura, aunque se pronunciaran en Madrid. Lo único que no se podría ir desde un pueblo sería a un restaurante de esos llamados de categoría –no digamos que más exquisitos—ni a una sesión de cine de pantalla gigante. Pero como al parecer lo que está de moda son las series de televisión el cine no se echaría de menos en un municipio pequeño. Eso sí, internet es la premisa sin la cual no sería posible ese mundo que la pandemia contribuyó a diseñar. En Villaralto tenemos que irnos a los bares para tener wifi constante y muchos mozuelos –antes de que la pandemia nos encerrase a las diez o a las once- pasaban parte de la madrugada en la puerta de la oficina del Guadalinfo, quizá ligando on line. Es que si se plantea la supervivencia en los pueblos, en el mundo rural, internet y un teléfono móvil, que es como si fuera un ordenador, son imprescindibles. Porque conciertos, teatros e incluso conferencias como la de Trapiello son posibles en los espacios rústicos.

El miércoles 31 de marzo, el Día Europeo de la Lucha contra la Despoblación, la España vaciada se fue a Madrid y en las puertas del Congreso de los Diputados tocó dos campanas para clamar contra la emigración. «Ser pocos no resta derechos», reivindicaban. Porque, a pesar de que los partidos políticos solo se acuerdan de la despoblación cuando hay campaña electoral, Teruel existe, repetían. Los políticos no dudan en subirse a un tractor o dar ruedas de prensa en una plaza para ganarse a los habitantes de los pueblos. «La gente de la España vaciada decimos basta, esa misma gente que alimentamos un país, que custodiamos los bosques, en definitiva, los bienes ambientales, que somos mantenedores de la cultura, del patrimonio, que sostenemos una forma de vida necesaria, ya no nos conformamos y exigimos soluciones».

La otra madrugada, en la cadena Odisea, vi un programa que recorría España desde las alturas, mostrando sus comunicaciones, el AVE sobre todo, sus bellezas y también su temperamento. En su recorrido por la Península Ibérica -la segunda zona con más altitud media de Europa-, paró en seco en una de las consecuencias de la crisis del 2008: en mitad de un campo, alejado de todo casco urbano, había miles y miles de pisos construidos y vacíos cuyos dueños eran los bancos. Una especie de pueblo nuevo, inventado, con muy buenas casas pero sin habitantes y sin vida. Los pueblos que sufren despoblación, cuya belleza silenciosa sustituye la ausencia de habitantes, son tan olvidados por el poder que cuando Aznar dio rienda suelta al hormigón antes de que apareciese la burbuja inmobiliaria nadie se fijó en ellos para llenarlos de porvenir.

Como el cura de cuatro pueblos de Extremadura busco un milagro para inyectar vida en la España despoblada: que haya quioscos en sus calles para comprar periódicos y libros… suponiendo que ya tenemos teléfono móvil, internet y las (inevitables) redes sociales.