La gran noticia que Jesucristo trae al mundo, en su cruz y su resurrección, es la del amor, o sea, la de la vida, la de la luz y, por lo tanto, la de una inagotable esperanza, que no se detiene ante el dolor ni ante la muerte, porque la esperanza es la libertad y la dignidad de ser hijos de ese amor. La gran noticia es que nuestro Dios, el Dios en el que nos apoyamos, creemos y esperamos, es Padre todo amor, puro amor, sin la más mínima mácula de otra cosa que no sea amor. Su corazón nos acoge siempre, por mucho que nuestras faltas nos hagan creer que no nos merecemos ese amor; siempre, por mucha oscuridad que sintamos en nuestro corazón cuando dejamos de ser inocentes. Somos las criaturas de ese Padre; su felicidad es dejarnos amar por él, y nuestra felicidad es llevar ese amor a los demás, al universo. Jesucristo da la vida por ello y nos invita a que también nosotros demos la vida con él para los demás y para el mundo, porque al dar la vida por amor, recibimos vida eterna. La cruz no es, pues, la señal de un fracaso, sino el símbolo de la plena libertad: darse gratuitamente a los demás con la certeza de que todo lo creado representa la vida.

Solo se puede dar lo que es libre. Esto marca el paso definitivo en la evolución humana. Lo mismo que hubo un momento en que el ser humano se abrió a la conciencia de sí mismo y de lo que le rodeaba, el paso definitivo que trae Jesucristo al mundo es que somos hijos del amor, y por lo tanto somos amor, y esto trasciende la muerte física; todo lo que ésta se llevará es sólo la tierra para que prospere la semilla del amor, el medio para que el espíritu crezca. Así, la muerte no tiene la última palabra, sino el amor. Entonces todo lo que haya muerto por amor superará la muerte, porque estará enraizado en el Espíritu del Padre, y la muerte no tiene poder sobre eso. Es decir, todo lo que hagamos por amor hacia nosotros, hacia los demás y hacia la vida se hará eterno. Por eso el único pecado es impedir la vida en nosotros mismos, en los demás y en todo lo que nos rodea, porque la vida ha sido creada por amor y se mantiene por amor. Fuera de este ámbito, merodean el sufrimiento, la injusticia, la mentira, la violencia, la soledad, la tristeza: el reino de la muerte, donde esta sí vence siempre con su oscuridad.

* Escritor