Es imposible dar una visión positiva del covid-19. Esta terrible enfermedad nos ha arrebatado inesperadamente a muchas personas que significaban la delicia de sus familias, algo insoportable y a la espera de la explicación divina que nos den en su día, tremendamente injusto. La facilidad del contagio es una auténtica pesadilla cierta que mata en la mayoría de los casos con un previo vía crucis de tubos terribles que inmovilizan a las víctimas tanto como a Cristo en la Cruz. Por eso, los seres queridos de tantos que se nos han ido, alzan sus ojos al Creador en busca, no ya de respuestas, sino de un mínimo consuelo divino. Y por todo esto, frente a los que se entristecen porque este año no hay Semana Santa o al menos la Semana Santa al uso, creo que aquí sí podríamos sacar el lado positivo y al contrario de lo que se predica con frustración porque no podemos sacar los Santos para pasearlos entre las muchedumbres -unas con fe pero otras con ganas de fiesta hasta el amanecer- bien podría ser este año la Semana más verdadera de la historia; un septenario nuevo basado en la esperanza y en el homenaje a aquellos que tan gratuitamente no pudieron vencer al coronavirus. Se precisa con extrema urgencia más espiritualidad en estas fechas. Porque, además, esa es su finalidad real: el recuerdo insistente del duelo por el inocente muerto. Unos días despojados de esos valores materiales rebosados de intereses entre entidades subvencionadas que poco tienen que ver con el mensaje de Jesús; sé que la subvención ya es por necesidad y no por ambición, pero es que este año tiene que ser todo diferente y diferente para bien. Debemos aprovechar para lanzar mensajes de humanidad y apoyo para nuestra gente que tanta lágrima impotente ha derramado como María al pie de la Cruz.

Los medios de comunicación deben apostar por colaboradores que sean comunicadores de verdad y no cantamañanas vendidos a todo y sacrificados por nada. Hay que transmitir al pueblo esa caricia de Dios que miles de ciudadanos tienen pendiente de recibir ante tanto horror repentino. El Nazareno fue crucificado por otros virus letales como son la envidia, los intereses materiales y la torpeza de los gobernantes que no supieron apreciar el valor del Mesías frente al recelo de pérdida de poder. Pero lo importante, lo más importante, es que Jesús, entre otras muchas maravillosas cosas, lo perdonaba todo y no era un mentiroso y prometió que, a través de la honradez espiritual, la tristeza se convertirá en gozo. Y aunque el año que viene volvamos a las andadas, aprovechemos este para consagrarnos a la verdad, al perdón y a la esperanza. Y ese debe ser el espíritu de esta Semana Santa: la convicción de que ningún sufrimiento es gratuito para el Señor y que hay cosas inexplicables de esta vida que entenderemos perfectamente en la otra.

* Abogado