En el país del miedo gobernaban unos señores y unas señoras muy torpes e interesados, conocidos como sus Señorías y Señoríos. Un buen día decretaron que todo el mundo debía salir de casa con una bombona de butano al hombro. Los niños, mucho más inteligentes que sus Señoríos, padres e intelectuales, también se vieron obligados, en su caso, a transportar su bombonita, de menor peso, pero igual de molesta y tonta. «¿Por qué tengo que llevar esto encima, papá?» preguntaban las tiernas criaturas. «Por precaución», respondían sus indefensos progenitores, temerosos de la multa. Así transcurrieron largos meses, más de un año, con niños y padres acostumbrados a sus cargas, vistiéndolas con lo que sus Señorías llamaban «total nueva normalidad». Un buen día, desconocemos aún cuándo fue, los padres y mamis dieron la noticia a sus niños: «ya podéis soltar la bombonita en casa, hasta nuevo decreto». Los pequeños, bien estupefactos, carentes de una cristiana pista que les llevase a establecer una causa-efecto, preguntaban: «¿Por qué ahora, papá, y no antes?», cosechando esta vacía respuesta: «porque ahora, sus Señorías y Señoríos dicen que es seguro». Novedades de peso quedaron introducidas en sus temarios escolares. Los términos «libertad» y «felicidad» fueron convenientemente abolidos, para encontrar sus respectivos substitutos en «seguridad» y «salud», por ese orden. Además, y con carácter urgentísimo, al concepto «obediencia ciega» le fue asignado el rimbombante sinónimo «responsabilidad individual». Y así fue cómo toda una generación de niños y niñas (con el tiempo, la más desobediente y juerguista de la historia) aprendió: 1. Que la Lógica con mayúscula y el periodismo independiente agonizaban. 2. Que era conveniente hacerse Señorío (o mejor comercial de gas) porque: 3. La voluntad de sus padres en un país democrático, ribeteado con una prostituida Constitución y otras cenefas, no valía un mojón.

* Escritor