Las crisis sociales siempre han venido a remover los cimientos sobre los que se asienta nuestra manera de interpretar la realidad. Esta pandemia lo ha vuelto a poner de manifiesto. Todas esas costumbres asentadas sobre las que nos apoyábamos cómodamente han sido desdibujadas. Por supuesto, en su expresión social. Un ejemplo claro es esta Semana Santa y la anterior. Esa expresión de la fe con la que ya estábamos connaturalizados en su manera más plástica, exterior y multitudinaria. Ahora se retira a los templos y los corazones, donde por otra parte siempre está. Y es esta nueva normalidad o realidad la que nos invita no a encontrar la expresión de la fe en las calles, que no podemos, sino a buscarla donde, como decimos, siempre ha estado y está: dentro de nosotros.

Pudiera parecer que estas nuevas circunstancias nos dejan huérfanos de nuestras costumbres, y en cierta manera así es. Pero este es un camino para entender que la expresión de nuestros sentimientos no es más que estos, sino todo lo contrario. Toca ahora buscar que hay detrás de lo que expresamos, a veces de manera doctrinaria. Puede que demasiados a base de repetir ciertas costumbres sin haber sido capaces de entender su esencia nos hayamos convertido en cierta forma doctrinarios. Lo que tienen las nuevas circunstancias es que nos obligan a emplear esa lógica de la supervivencia que abole el doctrinarismo y que nos hace al final más humanos, pues está basada en la solidaridad como único camino para entender no solo el sentido de nuestras creencias, sino el de la sociedad. Lo estamos viendo todos los días en aquellas personas comprometidas con los demás; cuando ellas progresan, progresamos todos. Es esta una ley inmutable que ni el más recalcitrante doctrinarismo puede cambiar. Esta es la esencia que debiera mover cualquier costumbre.

* Mediador y coach