Afortunadamente la Semana Santa no es propiedad de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ni de los jóvenes franceses que, después de aterrizar en Barajas, vienen a ver el Museo del Prado y, de paso, a echarse unas copas por la Plaza Mayor (o al revés). El origen de este tiempo, que se celebra en los días en que cae la primera luna llena después del equinoccio de primavera, es pagano y la Iglesia Católica lo hizo suyo en el siglo IV. Es un tiempo tan abierto que el género humano, sea creyente o agnóstico, lo ha apuntado en su agenda como fecha vital. Por eso todo el mundo ha celebrado siempre las vacaciones de Semana Santa... hasta que llegó la pandemia, aunque sigan siendo atractivas esas tardes de marzo y abril en las que el cielo brilla casi con frenesí y el mundo nos regala una hora más -que hemos notado esta madrugada-- desde los años setenta.

Hasta en la mili había vacaciones --aunque las llamáramos permiso-- de Semana Santa. De críos, cuando íbamos a la escuela, los maestros nos regalaban esos días para que la mente no se nos calentara demasiado. Lo mismo ocurría cuando, con algo de edad, estudiábamos. Entonces no hacían falta ni maestros, ni profesores, ni padres, ni madres para que nos apañáramos una semana en la que sí, había oficios, matracas en vez de campanas, y muchas procesiones pero también esos momentos en los que nos acercábamos a las muchachas, el gran descubrimiento. Ya, en el trabajo, las vacaciones eran el trato con los compañeros para adecuar el propio y deseado tiempo de descanso con el de ellos y convertir esos días, menos de una semana, en el hallazgo de otros mundos o, para otros, en vestirse de nazarenos y sumergirse en las marchas de Semana Santa, la música hecha pasión. De casados, la Semana Santa es el viaje, con o sin hijos, a las ciudades de La Rioja, por ejemplo, o a las playas de Torre del Mar o del Bajondillo en Torremolinos, donde en los sesenta-setenta, extranjeros, intelectuales, bohemios, hippies, aristócratas, artistas y gentes de la jet-set crearon un ambiente permisivo y cosmopolita. También un tiempo, ese que va del Viernes de Dolores al Domingo de Resurrección o Lunes de Pascua, para terminar trabajos pendientes e inexcusables, como una tesina, un pregón, el prólogo para un libro o la presentación de la conferencia de un amigo. 

Las vacaciones de Semana Santa también siguen siendo necesarias para contemplar el espectáculo casi divino de las procesiones, ese itinerario religioso en el que se coloca a la belleza en unas andas que recorren calles y crean perspectivas de ensueño. Con los nazarenos cubiertos con cucuruchos y antifaces el silencio de las calles se torna adoración y las bandas de música llenan los aires de una armonía cuyo ritmo son melodías con apariencia de nubes. Es la creencia convertida en el desfile de los cofrades, en la escultura de las imágenes, en la arquitectura de las iglesias y en la captación de toda esa belleza por pintores, fotógrafos y místicos. Puro arte, y también religiosidad, es la Semana Santa en su estado natural, ese que nace de la sencillez de quienes estando en la tierra miran también al cielo. Porque no hay que olvidar que la Semana Santa es un tiempo que cae en la primera luna llena después del equinoccio de primavera, en el firmamento, en la bóveda celeste en la que se encuentran los astros. Cuando los días se hacen una hora más grandes, las tardes se convierten en una estrategia donde las nubes de los cielos juegan con la belleza y las golondrinas vuelan a ras de tierra. Un tiempo donde están inscritos los meses más hermosos del año, marzo, abril y también mayo, en la estación de la primavera que Vivaldi convirtió en música eterna, que pervive en óperas, teatros, conservatorios y catedrales.

Esta madrugada ha alargado el día una hora más; hoy, Domingo de Ramos, quien no estrena no tiene manos, Jesucristo entra, en burro, triunfal en Jerusalén, y termina la Cuaresma, que comenzó con ayuno y abstinencia el Miércoles Santo. Hoy, 28 de marzo, en la Francia de 1871 se instaló la Comuna de París, y en la de 1882 se implantó por ley la enseñanza primaria obligatoria. Este mismo día de 1515 nació Santa Teresa de Jesús; en 1926, Cayetana, la duquesa de Alba; en 1936, Amancio Ortega y Mario Vargas Llosa y en 1951, mi amigo Lino y, perdón, yo. Por Semana Santa, en primavera, cuando los franceses vienen a ver el Museo del Prado. Aunque por ahora sean solo televacaciones.