El escritor de raza ha de arrimarse a todos los pitones y en todos los tendidos. Y hay tendidos de sol, y hasta de sombra, que al final se convierten en barro matinal, vespertino o nocturno. Y el albero se vuelve un fango pedregoso. Uno de esos lodazales últimos ha sido la consumación de la condena televisiva por maltratador a un hombre. Se da la circunstancia de que el hombre en cuestión, Antonio David Flores, viene siendo denunciado por los mismos cargos desde 2016, según ha relatado con detalle el diario Nius. La primera denuncia fue en septiembre de 2016, en un juzgado por violencia de género; pero se concluyó que no había hechos suficientes para abrir juicio oral. Entonces Rocío Carrasco -porque para quien todavía no lo sepa, no estamos glosando la agitada biografía en abismo de la última poeta beatnik, sino la de la hija de Rocío Jurado- recurrió el sobreseimiento del caso y ratificó, en 2017, su denuncia por maltrato físico en el juzgado de violencia de género. Un año después, una jueza admitió indicios de posible maltrato y reabrió el juicio, solo para que en noviembre de 2018 se sobreseyera, de nuevo, provisionalmente. Y vuelta a empezar: Rocío Carrasco, o Rociito (sin tilde) lo recurrió de nuevo ante el Tribunal Supremo. Y ahí quedó todo. Pero andamos arrimados al tercio de los lodos y ahora llega Gran Hermano Vip: cuando Antonio David debutó en el programa, al parecer Rocío Carrasco entró en un colapso emocional, trató de suicidarse y, tras haber fracasado en el intento, pretendió reabrir el caso. ¿Tenía alguna prueba? Según ella, sí: su ingreso en el hospital tras ingerir un bote de pastillas. El juez determinó que no había duda del estado mental de la mujer y su padecimiento, pero que no podía establecerse una relación de causa efecto, con consecuencias penales, entre el hecho de que Antonio David participara en un programa de televisión y que su exmujer se hubiera deprimido. Dicho con ironía -porque aquí hay que cogérsela con papel de fumar aunque uno ya no fume-, queda claro así que el sentido común es otra herencia del sistema heteropatriarcal opresor.

Vaya por delante que tanto el maltrato contra las mujeres como las enfermedades mentales me merecen el mayor respeto. Tanto, y hablo ahora concretamente del maltrato, que siempre me he negado a utilizar el eufemismo violencia de género y he preferido llamarlo como lo que es: terrorismo contra las mujeres. Además, así evitamos la tendencia a medir todo conflicto mirando el mundo a través del ojo de nuestra aguja. Y diciendo terrorismo contra las mujeres, que es lo que se practica en tantos territorios de verdad salvajes, casi nunca evocados por el feminismo occidental, en América, Asia y África, en los que las mujeres casi ni se atreven a soñar con los derechos que en Europa podemos disfrutar, por igual, mujeres y hombres, sí nombramos a todas las mujeres que sufren.

Pero si las agresiones contra mujeres y las enfermedades del espíritu o psíquicas, como digo, merecen el mayor de los respetos, también me lo provoca la presunción de inocencia. Y no solo la presunción de inocencia de Antonio David Flores, sino también la de Rocío Carrasco. Porque en esa misma cadena que ahora condena abiertamente a su exmarido, a ella se la ha estado acusando, hasta hace poco, de ser una mala madre. Ya les dije al principio que estamos en el barro, que pisamos ponzoña en este tercio. Pero lo importante del asunto no es el asunto en sí, sino las políticas que han entrado a juzgar, como Irene Montero, interviniendo directamente en Sálvame para respaldar la acusación de Rocío Carrasco, que es lo mismo que afirmar la culpabilidad de un hombre que no ha sido juzgado. O que se intentó juzgar, porque ya fue acusado, aunque no se pudo probar nada. Estamos ante el dilema de si condenamos al vacío sociológico a la presunción de inocencia y volvemos a legalizar los duelos bajo el sol. Porque sin presunción de inocencia, sin la obligación constitucional de demostrar la culpabilidad en quien está acusando, que es lo mismo que quebrar su inocencia presunta, nos cargamos el derecho.

Al día siguiente del documental, Tele 5, que tanto ha dignificado a la mujer en muchos de sus programas, publicitó a bombo y platillo el despido de Antonio David. El espectáculo, incluida la intervención de Irene Montero -empeñada en su ignorancia de los más básicos rudimentos jurídicos- lejos de visibilizar el drama ya conocido de la violencia y la enfermedad mental, es una burla contra sus víctimas reales.

* Escritor