El malestar en la cultura es el título de un ensayo de Sigmund Freud en el que habla de todo, incluso de cultura, y así también se podría definir la situación que vivimos en la actualidad en nuestro país y en nuestra entorno.

Cultura es una palabra polisémica con muy diversos significados que oscilan desde la cultura como élite, a la cultura popular, y que incluyen a su vez diversos componentes tanto éticos, como de civilización o de formación educativa. Y de aspiración a la belleza de la que cultura no pude prescindir por muy inútil que aquella sea. Lleva razón el filósofo José María Esquirol cuando dice que la cultura requiere un esfuerzo. Un esfuerzo individual y colectivo. Ese esfuerzo es el que hacen muchas asociaciones, muchos trabajadores de la cultura, las propias empresas culturales y las instituciones. Porque la cultura tiene una aspiración y es ser un reflejo de la comunidad, una comunidad que desplaza al individuo pero que a la vez lo redime de su propia tragedia, pero insertos en ella.

En Francia –modelo para tantas cosas- se ha iniciado un movimiento de ocupación de espacios culturales del mundo del espectáculo –en especial el emblemático Odéon- para reclamar ayudas específicas al mundo de la cultura y el espectáculo y la reapertura y reanudación de las actividades culturales presenciales. Y como en el caso de nuestro país, desde la petición de reactivar la agenda cultural sobre la que tendría que pivotar el programa de recuperación cultural. No ya, pensamos, solo por motivos económicos –patrimonio, turismo, espectáculos, desempleo- sino porque la cultura es el epítome existencial del ser humano y su consuelo.

Y la muerte de la cultura no es solo responsabilidad de la pandemia o de su gestión, comenzó hace más de treinta años y continúa, con la exclusión de la formación humanística (lenguas clásicas, filosofía) de la tarea educativa. Quizás esta tarea humanista basada en la cultura sea utópica o incluso irreal en una sociedad casi virtual y donde las utopías han desaparecido y se ha dado paso a lo distópico, pero por ello la labor cultural es más necesaria que nunca, porque acudir a un concierto, a una obra de teatro o a una sala de cine no es solo un acto de entretenimiento aunque sea el objetivo. Es también sublimar la vida, y por qué no una búsqueda.

Se ha sacrificado la cultura por la pandemia como deducen los insurrectos franceses, como tantas otras actividades, con la diferencia de que en los proyectos de recuperación se la ha soslayado. La cultura podría decir como María Zambrano: «Y así me he ido quedando a la orilla. Abandonada de la palabra».

Y la ausencia ha sido sustituida por la servidumbre digital que esperemos no sea definitiva, con la dificultad del encuentro con el otro, único lugar donde se sustancia la cultura. Leer un poema o presenciar una obra de arte es un diálogo en el que la comunicación construye, no destruye como en el diálogo a distancia, aunque la comunicación se haya multiplicado hasta esferas inimaginables, y así muchas asociaciones culturales han tenido que ajustarse a los nuevos tiempos para sobrevivir y algunas hasta se ha hecho youtuber (quién lo diría). Aunque, como escribe Byung-Chul Han, la comunicación virtual tenga como objetivo destruir toda distancia, y mas bien ocurre lo contrario.

Pero ¿es tiempo ahora de hablar y pensar en términos culturales? No queda otro remedio si pensamos como escribe Freud en el libro citado al comienzo que «El destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva».

** Médico y poeta