Un poco de memoria, señoras (y señores). El año pasado la Semana Santa nos encontró encerrados. Llegó la primavera y estábamos en casa. El olor de azahar pasó de largo sin embriagarnos. No hubo paseo, solo algunos balcones adornados, cultos para los que quisieron en internet y en la televisión, imágenes encerradas. Esta Semana Santa no podemos ir a Los Boliches (quien tenga esa costumbre), aunque ya sé de muchos que estudian rutas alternativas para eludir a la Guardia Civil, pero podemos visitar iglesias con su aforo reducido, exposiciones como la Bienal de Fotografía. La Mezquita-Catedral ¡abre al turismo! y los turistas somos nosotros, que no pagamos. Hay cosas que hacer, y, aunque no puedo decir que sea un pensamiento muy profundo... ¡Vamos a arreglarnos! Antaño, el Domingo de Ramos el que no estrenaba se quedaba sin manos, y una familia que se preciara no salía a la calle el Jueves Santos sin empingorotarse como un pincel. Vamos a dejar el vaquero, vamos a sacar los zapatos bonitos (si nos caben los pies dentro) y vamos a pasear por la bellísima Córdoba guardando la distancia de seguridad. Aquí está el virus, anunciando la cuarta ola, pero podemos combinar la vigilancia severa con el disfrute de parte de lo que nos perdimos en el confinamiento. Tomémonos la vida como viene. Y pintémonos las uñas como los bomberos de Córdoba.