Estoy en las primeras páginas del listín de abogados de Córdoba. Tengo ciento cincuenta compañeros vivos delante y mil setecientos detrás. Vivo esa mejor etapa donde solo te queda comerte de un bocado la guinda del pastel. De mi tarta vital ni hablamos, porque ahí me he comido muchos más trozos de los que me restan. En fin, he llegado a esa estación del recorrido en donde no tengo tiempo para tonterías, no quiero estar donde no comparta objetivos auténticos y además no me apetece estar en casi ningún sitio que no sea para explorar territorios vírgenes, incluso con la toga puesta. Aprendí hace mucho a practicar la autocrítica, esa que en general y en esta ciudad es casi pecado. Para los políticos, en las instituciones y no digamos en esa pasión anclada en el fracaso con un balón de vanidades que rueda. No siempre son otros los culpables.

Cómo no entender que los goles que nos mete la vida en el último segundo y que nos hunden en la miseria tenían que llegar porque el partido no era auténtico, porque el fin no justifica los medios y porque no puede acabar bien lo que empezó con trampa. La justicia natural existe.

Cómo explicar, por ejemplo, que los dirigentes de Cs sigan hablando de que pasaron en meses de 57 a 10 escaños por engaño de otros; cómo justificar el transfuguismo echando la culpa a traiciones ajenas; cómo seguir sosteniendo que tienen futuro si no son capaces de encarar que nunca tuvieron ideología propia. En ese segundo mudable en el que el ciudadano esgrime en su mano la papeleta frente a una urna, optará más que nunca por el original en vez de la copia.

Es muy difícil perderse en un camino recto. No es ningún mito que si los puntos de referencia no están claros, es probable adentrarte en un bosque y trazar círculos que te devuelvan al inicio.

Confiar en la fortuna, culpar a otros, no asumir tus propias trampas, nunca tiene recompensa.

En fin, cuando se abre en el horizonte tiempo de elecciones en el Colegio de Abogados de Córdoba, ese al que llevo perteneciendo 35 años y tres meses, con una intensa, gratificante y hasta divertida vida profesional, desde la experiencia de aquellas elecciones en las que participé -y perdí- quiero desearle suerte a todos mis compañeros que con valentía se presentan. A los que pierdan asegurarles que habrá merecido la pena y puede que la vida hasta les recompense con mejor destino. Para ello hay que seguir la línea recta. Ser y representar algo auténtico, sin trampas. Lo contrario será llegar a un partido con goles en el descuento y a una penitencia de la que solo nosotros somos responsables.