La normalidad de siempre llegará suavemente, un poco decepcionante, como la frenada pacata de una montaña rusa tras la última rampa. ¿Ya? Y sí, ya: la caída, el corazón agitado, los dedos buscando las gafas y la cartera. Al vagón se le muere la inercia y ¡plop!, se abre la barrera de seguridad, los pasajeros son libres y se bajan, inseguros los pasos, fingiendo que nunca pasaron miedo.

Llegará, y esto es tan cierto como que volverá la desgracia, con otros colores. Pero el fin llegará, sin más precauciones, más excusas, más pasillos de desaceleración. Ni me planteo cuándo, solo que llegará, y también hay que prepararse especialmente bien para saber volver a Ítaca desde Troya, o sea, hay que estar preparados para la recuperación súbita de la salud y la libertad y los derechos, para no perderlos por el camino. Ese día será determinado, escogido y publicado en un diario oficial. Hemos vivido el típico período sobre el que se hacen conjeturas a los cinco siglos. Y creo que nos merecemos una fiesta nacional, instaurada con carácter definitivo, incrustada para siempre en las costumbres del país.

En los libros de español como segundo idioma aparecerían fotos de gente tomando las calles, explicando que «el día tal... se conmemora el fin de la pandemia, y en España se celebra pasando todo el día en la calle». «Había más gente en la calle que en día de Coronafín» (humilde propuesta, tengo que trabajarla). «El que en Coronafin se acuesta, él solo se arresta». Eso si la fiesta se celebra intentando estar en la calle de medianoche a medianoche, como una especie de tardebuena sin volver a casa a cenar. Hay una alternativa, que sería pasar completamente confinados el día del Coronafín, para recordar los días de encierro. Yo esta la prefiero, pero entiendo que no rememora el día concreto del fin, en el que el impulso general será tomar la calle como cuando el Córdoba subió a primera.

Debemos asumir que lo que nos parece trascendental se olvidará, o parecerá anecdótico, en una generación. Creo que la pandemia acabará cuando mi hijo haga una redacción sobre el asunto, y se hable de ella como algo propio de sus padres, algo que vivieron otros. Cuando el BOE elimine la barrera de seguridad del vagón tendremos una fecha exacta de Coronafín, pero hay quien morirá sin dejar de pensar que sigue viviendo una pandemia. Hay incluso quién ha descubierto que vive complacido en una pandemia, o en un estado de alarma, o en el sutil levantamiento del velo que cubría ciertos estamentos (quién es esencial y quién no, quién se vacuna primero, quién puede moverse entre provincias, quién da los salvoconductos, quién está a cada lado de la mampara, quién se quita la mascarilla mientras otros se la dejan puesta trabajando a su alrededor). Conviene establecer un fin oficial, cuando lo diga la ciencia y la siga la ley, para saber cuándo bajarse del vagón de la montaña rusa, aunque sea con mareo, y no repetir el viaje hasta perder la cabeza.

Si Coronafín cae en domingo, además, tendríamos puente.

** Abogado