La irrupción de la pandemia nos obligó a confinarnos y muchas empresas y su personal se vieron en la necesidad de improvisar e implantar a marchas forzadas un sistema de trabajo hasta entonces prácticamente inexistente en España: el teletrabajo.

La pandemia ha acelerado el proceso de digitalización de las empresas y de las familias (las madres especialmente recordarán las muchas horas de los niños ante el ordenador o la tablet en aquellos meses de confinamiento) e impelió al Gobierno a aprobar una normativa que regulara esta forma de trabajo.

Efectivamente, hay personas que trabajan desde sus hogares. No son teletrabajadores o teletrabajadoras propiamente dicho, pues en su mayoría son personas trabajadoras autónomas, cuando no, personas que trabajan en la economía sumergida (en Córdoba quién más quién menos conoce a una modista que hace arreglos en su casa o a alguien que monta piezas de joyería, por poner un par de ejemplos).

El teletrabajo es otra cosa. Para entendernos. Es como trabajar a turnos o a jornada intensiva. Una forma de distribuir la jornada laboral. Y hasta ahí, bien. Pero llegan los peros. En estos meses hay quien ha querido ver en el teletrabajo la panacea a los problemas de conciliación cuando todo apunta a que no solo no solventa esta importante cuestión sino que viene a agravarla.

Y como casi siempre --por no decir siempre-- las mujeres son las que salen escaldadas. A ellas les estamos vendiendo que el teletrabajo facilita la conciliación pero en realidad las estamos devolviendo al hogar, las estamos relegando a puestos más bajos en el escalafón de las empresas, dificultando no solo sus relaciones sociales y laborales sino sus posibilidades de ascenso en las empresas. Ellas otra vez a casa a cuidar de los menores, mayores y de las personas dependientes, a encargarse de las labores domésticas y entre medias a trabajar. ¿Hay un sistema más eficiente? Ahora ya no podrán quejarse de que no les da tiempo a nada. Total ¿qué se tarda en poner una lavadora? Mientras se descargan los correos la pongo y me hago un cafelito y a media mañana me llego al súper que estoy sin tomates y de camino dejo los zapatos en el zapatero, a ver si le pueden poner tapas nuevas, y me vuelvo corriendo, que a las doce tengo videoconferencia. Y como para cuando tengo que ir a recoger a los niños al cole no he terminado, ya si eso, cuando termine de recoger la cocina después de comer sigo con el dichoso informe porque hacer las llamadas pendientes no, que con el ruido que hacen los niños y el jaleo de las meriendas y las tareas no me da lugar. Y claro, tampoco me da lugar a terminar el dichoso informe porque el niño ha vuelto con un siete en el pantalón del chándal de gimnasia del colegio y tengo que bajar a comprar un parche y ponérselo. Ya termino el informe después de cenar, que se me ha echado la hora encima y ya toca azuzar a los niños para que se duchen mientras hago la cena y recojo la ropa y llamo a mi pobre madre, que me ha llamado dos veces hoy y las dos veces le he colgado, que me ha pillado hablando con mi jefe y en la videoconferencia. Y la verdad... no sé por qué estoy tan cansada si trabajo desde casa.

A ver si esto del teletrabajo va a ser el timo de la estampita. No tiene por qué, desde luego, pero para ello se requiere esfuerzo y compromiso por todas las partes. Una adecuada organización de la jornada laboral, medidas que garanticen la igualdad en el acceso al empleo y la promoción laboral y por supuesto, medidas que faciliten la conciliación a las mujeres, pero también a los hombres, porque la conciliación no debería entender de géneros, sino de personas.

*Secretaria de la Mujer de CCOO de Córdoba