¡Cuán difícil se está volviendo la práctica de la verdad!. Y es que en estos últimos tiempos se repite tanto sediento de dinero sin haber dado el callo y fruto por los demás, y además en toda clase de esferas y planos que la ética social y política está pudriéndose. Y lo peor es que se persigue con odio sagaz a la libertad de decir la verdad. La democracia, tan permisiva ella por su buena voluntad de dar siempre una oportunidad, está siendo engañada y violada continuamente por los que más tienen que velar por ella: las personas de interés público. La honradez universal que debiera practicar la obra más mágica del firmamento como son las urnas está rota. Y lo más triste es que donde más se nota toda esta deriva social es en nuestro querido país, España, cuna de la cultura europea. Últimamente, no hay manera de propugnar lo considerado sabio y sobre todo digno, porque los intereses del que opina sin méritos --pero que ahí está-- totalmente ajenos a la verdad le impiden optar por esa luz preciosa que significa ser honesto. Estamos inmersos en las mazmorras de los intereses pecuniarios que obligan a los comentaristas a opinar en beneficio de la mentira. Y si aparece alguien que quiere romper con esas cadenas será tachado de personaje complicado al que hay que marginar de los foros de opinión. Todo está llegando a tan altas cuotas de hipocresía que la mayoría de personas valiosas que podrían cambiar el mal rumbo de todo esto opta por retirarse hacia una vida anónima. Llega un momento que estas personas se retiran incluso por miedo a ser destruidas a nivel personal ante la veracidad de sus argumentos. Por eso creo que estamos en un momento histórico parecido a la Revolución del 68. Hoy, otra vez, es precisa una revolución cultural por parte de la juventud para que protagonice lo que yo llamo la revolución de la verdad. Y no tiene nada que ver con la ideología: el fascista se presenta precisamente como una persona que no quiere hipocresías y que quiere llamar a las cosas por su nombre, pero el tiempo demuestra que al final solo busca la bota sobre el cuello del débil. La izquierda habla de lo que todos sabemos: igualdad y justicia social, honradez, favorecimiento del oprimido, etc. Pero el conocimiento de las personas que se dicen de izquierdas demuestra día a día que son izquierdosos, o sea, socialistas o comunistas de fachada, es decir, una especie de fascistas que no ves venir (bueno, ya sí). Y ahora viene lo bueno: la realidad ya es incompatible en foros políticos y camina firme hacia los barrios ajenos a todo centro de poder. El pueblo sí tiene ganas siempre de ser verdadero. Cuando pase esta pandemia, se hace precisa una revolución de la gente, es decir, de la verdad. Una revolución que comenzará lógicamente en el país de Europa que siempre tuvo el pueblo más precioso pero también el más engañado.

*Abogado