La cultura se está estrechando en cantidad y en el tiempo. Ciertamente, la Real Academia Española define el término como un «conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etcétera», pero cada vez la palabra parece quedarse más cortita. De la Cultura del Neolítico (3.000 años, del 100.000 a 7.000 AC), la Cultura del Argar (duró 7 siglos desde el 2.200 AC) o la Cultura Clásica (10 siglos, desde el siglo VIII A.C) a las ‘culturas de los pegos’, que podría llamarse, calificando como ‘culturas’ lo que en realidad son modas que duran unos años o meses.

Al respecto, y aunque no esté en el diccionario, un servidor se queda con una definición muy didáctica que oyó hace años: «La cultura es lo que te ayuda a divertirte», de tal forma que quien es más culto, mejor se lo pasa, tanto en un perol en La Sierra como en la ópera, con una película mala de acción para entretener o con un filme de arte y ensayo, con un meme en las redes sociales o ante un cuadro en El Prado… Quien solo disfruta de un ámbito, ya sea el más sencillo o el supuestamente más elitista, es un inculto que se pierde el resto de placeres intelectuales y disfruta menos de la vida. Tanto me convence esta definición que me parece la ideal para cuando se habla de ‘cultura política’.

Y es que quiero pensar que la política culta es aquella que practica el ciudadano (mandatario o no) capaz de seguir escuchando porque puede que le convenzan al menos en parte, o quizá aprovechar alguna idea a pesar de que quien se la transmite no piensa igual que él. Y hay muchos políticos así. Antes más, posiblemente, por ejemplo en el ya mitificado periodo de la transición democrática.

Porque hace falta no gente que sepa de política, sino que tengan cultura política, cultura de diálogo. Más aún en momentos tan difíciles como los actuales donde el país, para salir de la crisis de la pandemia, necesita más que nunca muchos ejemplos cultos, acuerdos, pactos de Estado… y bastante menos mala leche.

En frente de esta definición de cultura estaría la frase que se le achaca a Winston Churchill, un tío tan culto que de hecho ganó el Nobel. No el de la Paz, el de Literatura: «Un fanático es aquel que no va a cambiar de ideas en una discusión, pero tampoco va a cambiar de tema».

¿Les parece una opinión cobarde por equidistante? Pues no. Como cada hijo de vecino un servidor tiene sus ideas, y ni mucho menos todas las tendencias políticas son iguales. Más bien la equidistancia está en aquellas actitudes de responsables de partidos que pese a ser distintos, sin embargo, se parecen tantísimo entre sí por predecibles, por monolíticas, por su fanatismo y por su incultura política.