Un partido de fútbol puede ser un espectáculo admirable o insoportable. Para disfrutar de lo primero es mejor si no juega tu equipo, porque te permite una cierta relajación, un análisis desapasionado y el disfrute de algunas jugadas sin que medie el interés personal. En cuanto a lo segundo, lo encontramos no solo en competiciones o equipos de segunda fila, sino también cuando hay una gran diferencia entre los que se enfrentan, pues en ese caso el más débil, o el menos dotado desde un punto de vista técnico, procura ‘embarrar’ el partido. Esa palabra, que literalmente significa cubrir o manchar algo con barro, admite en este caso un sentido figurado: generar dificultades para que el partido se juegue con normalidad, es decir, como si el terreno de juego estuviese lleno de barro y los jugadores no pudieran desenvolverse como acostumbran. Para conseguirlo se hacen faltas a fin de evitar continuidad en el juego, se pierde tiempo de manera deliberada cuando hay un saque de banda o de puerta, y otros muchos recursos de los que ciertos jugadores, y entrenadores, saben bastante. Cuando se da esa circunstancia, asistimos a la práctica del antifútbol, porque se impide la jugada individual y también el juego colectivo del oponente.

A la vista de cómo algunos partidos políticos se comportan en esta coyuntura tan particular en la que nos hallamos, su práctica es la antipolítica, no solo persiguen el objetivo de que el otro no actúe, sino que además ponen en peligro lo que nos afecta a todos los ciudadanos, lo colectivo. Su actitud, pues, podríamos decir que se basa en ‘embarrar’ la política, para que no veamos aquello que se hace bien, en consecuencia en beneficio de todos. Un caso paradigmático es el de la presidenta de la Comunidad de Madrid, que poco puede ofrecer en cuanto a su gestión en todo este tiempo, pero de la que casi a diario se pueden citar intervenciones que solo provocan debates innecesarios, fuera de lugar e intrascendentes. Otro ejemplo lo tenemos en las sesiones de control al Gobierno, en particular las de cada miércoles en el Congreso, y de manera singular por las preguntas que hace el principal partido de la oposición. Estoy seguro de que, cuando pase el tiempo y se analicen esas sesiones, los historiadores valorarán las intervenciones del PP como faltas de rigor, tanto en lo político como en lo intelectual.

Claro que en esta cuestión también hay una responsabilidad de los medios de comunicación, en particular las cadenas de radio y televisión, al informar de manera parcial y en busca de titulares llamativos. Me permitiré un pronóstico. Mañana hay sesión de control, en total se han registrado dieciséis preguntas a varios miembros del Gobierno. Estoy seguro de que ese día, y el siguiente, como mucho se hablará de alguna de las planteadas a Pedro Sánchez, pero sobre todo de la de García Egea a Pablo Iglesias (le va a preguntar si piensa dejar su acta de diputado al abandonar la vicepresidencia), y como mucho de alguna en la que se produzca algún incidente, como ocurrió la semana pasada con Errejón. Del resto no informará nadie, solo lo conoceremos si consultamos la web del Congreso, y veremos que algunas preguntas contienen aspectos interesantes y relevantes, pero parece que todo lo que revista una cierta seriedad no interesa, ni a algunos partidos políticos ni a una parte de los medios de comunicación y a sus tertulianos. Para no ‘embarrar’, pues, hay una responsabilidad en los políticos, pero también en los medios. Recordemos lo que decía Camus en 1944, en un artículo en Combat, cuando en relación con la prensa escrita proponía una reforma de la misma basada en la ética, la objetividad y la prudencia, porque, afirmaba, "se grita con el lector, se intenta agradarle, cuando lo que haría falta, sin más, es ilustrarlo".

*Historiador