Este fin de semana, con motivo de la fiesta de san José, se ha desarrollado la Campaña del Seminario, bajo el lema «Padre y hermano, como san José», que culmina este domingo con la colecta en las iglesias. San José, al que el papa Francisco le ha dedicado una Carta Apostólica, ‘Con corazón de padre’, al cumplirse el 150 aniversario de la declaración como patrono de la Iglesia universal, es tambien patrono de los seminarios, donde se forjan los futuros sacerdotes. Después de María, Madre de Dios, ningún santo ocupa tanto espacio en el Magisterio pontificio como José, su esposo. Pío IX lo declaró patrono de la Iglesia Católica; Pío XII lo presentó como «patrono de los trabajadores»; san Juan Pablo II como «Custodio del Redentor». Y el pueblo sencillo lo invoca como «Patrono de la buena muerte». Los seminarios y los seminaristas lo tienen como patrono, y por eso, el lema de este año conecta al sacerdote con san José: el sacerdote como padre de la comunidad cristiana y el sacerdote, también, como hermano de la comunidad a la que acompaña y a la que sigue. Los seminaristas de Córdoba han recorrido nuestras parroquias, presentándose como «jóvenes al encuentro de Dios» y hablándonos de los sacerdotes, con sus tres hermosos destellos: «Maestros de la Palabra, ministros de los sacramentos y guías de la comunidad». El papa Francisco nos ha dejado el ‘Decálogo del buen cura’, cuando cumplió los 50 años de su ordenación sacerdotal. Muy en síntesis, dice así: «Primero, el sacerdote no ejerce un poder sino un servicio gratuito y generoso. Segundo, Jesús quiso ser un «evangelizador», un «predicador callejero», el «portador de alegres noticias para su pueblo». Tercero, la llamada al sacerdocio es un don, no es un pacto de trabajo ni algo que tengo que hacer. Yo debo recibir el don y custodiarlo como un don. Cuando olvidamos esto, nos apropiamos del don y lo transformamos en función, perdemos el corazón del ministerio. Los curas no son meros funcionarios. Cuarto, los sacerdotes «ungimos» ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad incondicional de su entrega. El que aprende a ungir y a bendecir se salva de la mezquindad, del abuso y de la crueldad. Quinto, el sacerdote ha de ser un experto en misericordia. La confesión es el paso de la miseria a la misericordia. Sexto, el sacerdote no puede caer en la desilusión y en la soledad. La gente quiere a sus pastores, los necesita, confía en ellos. Séptimo, los sacerdotes han de ser pastores cercanos a la gente, mansos, pacientes y misericordiosos. Octavo, el sacerdote ha de emplear siempre un lenguaje positivo. No dice tanto lo que no hay que hacer, sino que propone lo que debemos hacer mejor. Noveno, el sacerdote necesita en todo momento del aliento de la oración. Décimo, en un tiempo marcado por viejas y nuevas heridas, los sacerdotes hemos de ser artesanos de relación y comunión, abiertos al encuentro con todos». Este es el decálogo del buen cura, según el papa Francisco. Pidamos hoy por el Seminario, por los seminaristas, por los sacerdotes: «Danos, Señor, sacerdotes santos, conforme a las exigencias de tu Evangelio y a la medida de tu Corazón. Sacerdotes auténticos, audaces, sencillos y cercanos, comprensivos y compasivos. Sacerdotes que edifiquen más con su comportamiento que con sus palabras, como les pedía su patrono, san Juan de Ávila».

** Sacerdote y periodista