El pasado domingo 14 de febrero, día de la celebración de las últimas elecciones autonómicas catalanas, el egregio y nonagenario modernista inglés Sir J. Elliot publicaba en el periódico político más importante del país un artículo de desusada extensión acerca del telón de fondo de los mencionados comicios. Empecinado en una de sus muy escasas deformaciones historiográficas acerca de su admirado pasado español, volvía a resaltar y refrendar un argumento básico al tiempo que falso de la visión catalanista del ayer hispano.

Conforme a su planteamiento de este, los oriundos del Principado quedaron excluidos del enriquecedor tráfico con América desde los días de Colón y los Reyes Católicos hasta los de Carlos III, el Reformador (1759-88). Resulta, en verdad, asombroso que un autor de su prestigio y envidiables cualidades del gran maestro en el estudio de los orígenes y despliegue de la Edad Moderna, a escala occidental y no solo española, permanezca terne en tan craso y deletéreo error. Otro gran especialista en la misma temática y por él muy valorado, nuestro antiguo alumno Carlos Martínez Shaw, ha escrito al respecto páginas que Elliot no puede desconocer. Catalanófilo de la mejor ley y más altos servicios a su segunda patria chica, el mencionado modernista sevillano ha mostrado de nuevo, en línea trazada por otras muchas autoridades del americanismo más acendrado -Juan Manzano, Morales, Padrón, Navarro García- cómo desde el primer momento del comercio con las Indias los súbditos de la Corona Catalano-aragonesa - y el Principado a la cabeza...- no fueron oficialmente excluidos de su ejercicio. No existe documento oficial alguno que así lo corrobore. El único intento de ello del lado de la muy castellana reina Isabel no se materializó jurídicamente y su esposo lo ignoró por completo (Vid. por los muy interesados en el manoseado y deturpado asunto el modélico análisis de Martínez Shaw: ‘Cataluña y el comercio con América. El fin de un debate’, Boletín Americanista, 30 (1980). 223-35).

De otra parte y sin tener en cuenta alguna la oriundez del referido académico de la Historia y del bajo firmante (por lo demás, nunca desmentida...), ha de subrayarse muy enfáticamente en el abordaje de tan polémica cuestión por los estudiosos del Principado que Barcelona, el gran centro comercial, político y cultural del Cuatrocientos, viviría en todo el Quinientos una lánguida y átona existencia, en palmario contraste con la de Sevilla, que alcanzaría en los Siglos de Oro el fastigio de su presencia e influjo en los destinos peninsulares.

Ni la inserción de Cataluña en España guarda semejanza estrecha con la relación de Escocia e Inglaterra, ni menos aún la postración del Principado durante la monarquía de los Austrias debiose fundamental y primordialmente a una fantaseada y en la práctica inexistente marginación del lucrativo comercio con los territorios indianos, favorecidos en su expansión económica por el protagonismo catalán en la última etapa de su identidad española y aun ulteriormente. Esta, conforme es harto sabido, coincidió justamente con la gran frustración del Mediodía hispano, condenado por la incuria de sus elites y la pasividad de su buen pueblo a la decadencia más lancinante en la precisa tesitura en que la hegemonía catalana se imponía despóticamente en la evolución de un Sur, postrado todavía en la cuneta de la Historia aunque con incontestable dignidad...

* Catedrático