La derecha ha vuelto a poner de moda a los comunistas. Y por el flanco izquierdo, los fascistas también están de pasarela. Gobierno socialcomunista. Socialismo o libertad. Comunismo o libertad. Usted dice tal cosa, pues es usted un fascista. Entre unos y otros llevan meses resucitando el espíritu del 36, cuando por ser lo uno o lo otro te daban el paseíllo hasta el cementerio y una vez allí te colocaban contra la tapia, vaciaban el Mauser Español modelo 1893 y te daban el tiro de gracia tras rezar el Ave María o gritar ¡viva la República! El final era el mismo. No veo yo a ningún dirigente actual en esas tareas, pero hablar es gratis y a veces peligroso en la verborrea.

Faltan 15 años para que se cumpla un siglo de todo aquello y el lenguaje político se ha detenido en la batalla del Ebro. Comunista o fascista, empleados como vocablos despectivos y no para aludir objetivamente a la ideología del contrario, viven como insulto un nuevo momento de gloria. Estamos a una o dos citas electorales y un par de mociones de censura de volver a escuchar la palabra “rojo”. O “fachista”, si nace del rojerío más intelectual, la gauche divine y la izquierda caviar. Llamar fascista o comunista a Vox o al PCE resulta una obviedad porque es lo que son y a mucha honra. Ambos conceptos pierden el sentido cuando el PSOE o Podemos llaman fascista al PP y el PP llama comunista a todo lo que se mueva por el extrarradio de Génova, 13. Nunca escuché a Manuel Fraga faltar a Santiago Carrillo: “¡Es usted un comunista!” Otras cosas le dijo, pero no comunista, por obvio. Puede que le hubiera llamado chavista bolivariano de haber existido Venezuela en la Transición, aunque aquí nadie se acuerda ya de los años de autocracia militar y de los gobiernos de corrupción de Carlos Andrés Pérez. Venezuela es un “invento” de Podemos y del PP de Rajoy / Casado. Antes no existía, según parece, y a día de hoy sale y entra del mapamundi a conveniencia del telediario. El de Maduro es un régimen a la carta, un país de karaoke para la clase dirigente española. Vienen elecciones en Madrid y con ellas regresará el chavismo.

Resulta que hemos vuelto a identificar al comunismo con un señor con cuernos y rabo. No hay marxismo sin dictadura ni fascismo sin cuarto y mitad de interrogatorio de Billy el Niño, y uno y otro escenario dirigen a la sociedad hacia donde quieren arrinconarla nuestros políticos: peligrosamente hacia los dominios del lenguaje guerracivilista de Brunete y del asedio del Alcázar. Cuando Isabel Díaz Ayuso habla de comunismo o libertad es muy probable que no sepa lo que dice, pero su gabinete de asesores lo hace pensando en la oscuridad de una checa y no en La Pasionaria, bendita sea. O en Jordi Solé Turá, dirigente del PCE y padre de la Constitución. O en Gregorio Peces Barba, socialista que también la redactó. El mismo Fraga, exministro de Franco. A ojos de la derecha, Miquel Roca sería hoy un independentista defensor de Pablo Hasél y con medio pie en Waterloo. La memoria histórica también era esto.

Y ahora que vamos a tener una vicepresidenta comunista de verdad (la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, solo milita en el PCE, no en Podemos), desde el PP no parecen haber reparado en ello y continúan erre que erre con Pablo Iglesias. ¿Tan malo es ser comunista?, pregunto ingenuo. Hace un par de días me encontré con una intervención de Iñaki Gabilondo en la radio. "¿Se han dado cuenta de que estamos observando el peligro que puede constituir la amenaza del socialcomunismo y todos los elementos de inestabilidad de los últimos tiempos proceden del otro rincón?”. Y añadía: "El crack de 2008, a los magnates de Wall Street; el Brexit, con el partido conservador de David Cameron; el follón de EEUU que ha llegado hasta el asalto del Capitolio, con el Partido Republicano, ... y ahora el lío con la salsa que tiene aquí montada con el tripartito de Colón. Y todos mirando”. Y el remate, magistral: "Estamos mirando: cuidado que nos viene el lobo, mientras nos come el tigre".

Sin ánimo de ofender, a todos los avances sociales hoy aceptados por la mayoría (el divorcio, el aborto, la dependencia, el matrimonio homosexual, los ertes, la renta mínima) siempre se opusieron los mismos porque los promotores, casualmente, eran socialcomunistas. A la eutanasia también. Podrían ahorrarnos de vez en cuando todo el enfrentamiento social y tanta crispación por este tipo de cuestiones a las que parecerá ridículo oponerse en el futuro.

La misma semana en que Gabilondo expuso una reflexión tan breve como afinada, la presidenta de la Comunidad de Madrid se despachaba con esta otra: "Cuando te llaman fascista sabes que lo estás haciendo bien y que estás en el lado bueno”. Lo peor es que ya no sabe uno dónde acaba la ironía y cuándo están hablando en serio.