No sé si de la pandemia alcanzaremos toda la información que nos gustaría, pero lo que está claro es que tenemos todos los datos, porque lo que no faltan son cifras. Números por la mañana, por la tarde y por la noche sobre la evolución de la curva; la marcha de las vacunaciones, el número de infectados y fallecimientos, eficacia de los tipos y las dosis inmunizadoras, ocupación de UCI... Cifras por todas partes (que insisto, no es igual a información) hasta en cuestiones tan difíciles de cuantificar como es el impacto psicológico que ha tenido la pandemia, en qué porcentaje cuidamos menos nuestro físico, la más pequeña variación del precio de los productos que consumimos y hasta la reducción de ventas de maquinillas de afeitar.

Otro ejemplo es el teletrabajo, que pasó durante el confinamiento del 4,8% en España al 37% según algunos estudios repletos de porcentajes e incluso algunos positivos, como que haya bajado el acoso sexual en el trabajo un 19,7% y el acoso laboral (mobbing) un 34,8%. Este último dato, por cierto, una malísima noticia para esos carguillos, que siempre hay en todos los sitios, a los que parece que no le importa lo más mínimo el trabajo, los objetivos ni la empresa, sino el sentirse superior persiguiendo el empleado que le parece más débil psicológicamente. Usted ya me entiende. Todo maltrato y maltratador se parecen. En todo caso, hay cifras en el teletrabajo mucho más preocupantes, como que un 70% considere que echa mucha más horas en casa y otras cuestiones que vienen a demostrar que el Real Decreto del 22 de septiembre del año pasado para regular el teletrabajo o bien no hiló fino o ya se ha quedado antiguo y cojo.

Así, y aunque no es de recibo mezclar problemas porque siempre es el primer paso para la demagogia, quizá debería legislarse con más precisión el trabajo desde casa por quienes están obligados a ello, una parte de la clase política, en lugar de dedicarse a un «quítate allá de esta autonomía que me ponga (o siga) yo, porque es lo que le interesa al ciudadano», que están viniendo a decir. Porque eso de que el gobierno de Madrid y Murcia es lo que ahora «le interesa y preocupa» al ciudadano... no se lo creen ni sus asesores. ¡Con todo lo que está cayendo con la pandemia! Es más, me atrevería a decir que del confinamiento del año pasado y de las restricciones que sufrimos desde entonces a los que más les ha afectado el no pisar las calles, alejándose de la realidad, es precisamente a esa parte de la clase política que ya andaba en trámites de divorcio con la ciudadanía. ¿Y cuánto se han separado los políticos dirigentes de los gobernados durante la crisis sociosanitaria del covid-19? Pues también es casualidad: es lo único para lo que no se encuentran cifras en internet. Pero no hace falta ser sociólogo o matemático. Yo mismo se lo digo: «una barbaridad».