He sentido añoranza cuando hace ya veinte años dejó de ser obligatorio el servicio militar; servir al Rey decían los antiguos. Yo lo hice y me alegro sobre todo de los tres meses de instrucción en Obejo. Pertenecía a un reemplazo anterior tras pedir prorrogas por estudios y trabajar en el periódico Pueblo. Estuve en Lucena el día del sorteo: «¿Me tocará África o la Península?». ¡Albricia! Me tocó Córdoba, el Regimiento de Artillería 42. Recuerdo, sobre todo, aquel día de abril de 1960 cuando los reclutas entrabamos en la estación de Cercedilla para dirigirnos al campamento General Cascajo. No olvido un grupo de mujeres que asistían tristes, incluso llorosas, a la despedida de sus hijos. Era ya de noche y la escena fue el origen del primer artículo que publiqué en el CÓRDOBA. Lo titulé ‘A las madres de los reclutas’. Entre otras cosas escribí que marchábamos a un campamento con barracones y camas metálicas, con luz eléctrica y con nuestros uniformes impecables. No íbamos a la guerra con un enemigo enfrente. Vivíamos una época de paz y no como aquella guerra fratricida que sufrieron nuestros padres. En fin, que no íbamos al infierno de Dante de donde nunca se vuelve. Recuerdo al teniente Gómez Puebla y al capitán Guerrero. Este último me trasladó la enhorabuena, por el artículo, del general Gobernador Militar. Según algunos amigos, ya no me podría escaquear y es cierto. Cumplí a rajatabla toda la instrucción. Hoy como entonces me alegro. Aprendí a ser disciplinado y el ejercicio físico lo agradecí. La instrucción podría ser hoy obligatoria. Los jóvenes aprenderían disciplina.

** Periodista