En Córdoba sabemos que la caridad bien entendida y practicada funciona perfectamente. Desde diversas entidades de ayuda social, tanto públicas como privadas ese apoyo y ayuda al prójimo necesitado, o esa mano tendida y presta se hace presente. Como también se hacen presentes esos sin techo objetos de esta caridad. Últimamente por el centro de la ciudad deambulan algunas de estas personas. Verlas a plena luz del día cuando el bullicio contenido por esta pandemia las envuelve parece atenuar esa patina con que la pobreza tamiza la estampa del que solo tiene lo puesto. Su libertad pudiera confundirse con esa otra libertad en la que nos movemos los que sí tenemos donde reclinar la cabeza. Aunque la diferencia entre una y otra sea esa fina y desdibujada línea que separa la dignidad del libre albedrío. No obstante, cuando cae la noche como una capa pluvial de plomo sobre estas pandémicas calles del centro de la ciudad, esa frontera entre la dignidad y la libertad se torna afilada y cortante. Pasada la medianoche, cuando ya la calles se vacían de vida un anciano de pasos achacosos y titubeantes, se dirige como cada noche al pasaje del 16 de la avenida Ronda de los Tejares. Algunas bolsas henchidas de pertenencias comparten con un bastón una de sus manos. En la otra un carrito que alivia el trasiego de enseres. En uno de los portales despliega lo necesario para configurar un lecho de cartones. Con los miembros entumecidos como si los hubieran desenclavado de la cruz que forman la dignidad y la pobreza, coloca meticulosamente aquello sobre lo que va posar su transido cuerpo. Allí pasa la noche mientras su alma vuelve a ese mundo donde la materia es abolida por unas horas. Podría dormir bajo el techo y el mullido colchón de esa caridad pública y privada, pero él dice que no quiere horarios. Sus horarios nos lo ha adjudicado a todos lo que lo vemos sin poder traspasar el muro de cristal de su libertad.

* Mediador y coach