La entrevista de Pau Donés unos días antes de morir me dejó con el alma tiritando. Y que conste que cuando se anunció fui muy reacia a verla básicamente por el entrevistador, que no es para nada santo de mi devoción... ¡esa voz tan lejana a la atiplada y rotunda de un buen entrevistador! A Évole solo le salva ser sobrino de Jordi Hurtado. Si, como lo oyen, de ese hombre incombustible que lleva 24 años en el programa ‘Saber y Ganar’, icono televisivo, el mamut de la programación de la televisión actual.

La primera imagen de Donés me hizo apartar la vista de la pantalla, hasta que poco a poco me pude reconciliar con la imagen más cruda y evidente que jamás había visto de la muerte.

Creo que ahí residía la magia de la entrevista más triste y a la vez más esperanzadora que he escuchado. Era como si la muerte te hablara de la vida, de seguir viviendo. Como esa muerte representada por el bello Brad Pitt que viene a este mundo a llevarse a alguien y se enamora de la vida y de las personas que hay en ella. Porque al final, cuando sabes que te estás muriendo, imagino que como Pau lo que te da pena no es dejar este mundo, ni el coche, ni la casa más grande o minúscula, ni la cuenta corriente con dos ceros o con muchos mas, ni el rolex o el swatch, sino a las personas de tu vida, esas de las que te has enamorado... esas personas... y hasta de los animales. Y ahí estaba Pau dispuesto a contarnos su tránsito, con esperanza, con serenidad, con dura sinceridad y con solo una pizca de amargura por no haber disfrutado más de esas personas. Dos ultimas canciones. Una para la hija de la que confiesa no disfrutó todo lo que hubiera debido y otra con su perro, un perro con el que se sentaba en mitad del Valle de Arán simplemente a disfrutar de las vistas.

La muerte es una putada. Muy gorda, pero es la putada inevitable, la parte más cierta de tu vida y de la de esas personas que te rodean.

Y cuando llega la hora, los escogidos que como Pau te hablan con entereza desde casi la otra orilla, siempre repiten lo mismo: no al tiempo de odios ni peleas absurdas, pasar página de los desamores o amores que nos aten, disfrutar del desayuno, del paisaje, del mar y de un simple rayo de sol, de una mirada, del tiempo sin reloj, ni plazos, de hacer lo que sentimos y sentir lo que hacemos, de vivir como si fuera el último día.

«Misteriosamente hoy todo me parece bien. Me siento bien conmigo, hoy me siento bien, deliciosamente bien» cantaba Pau mientras respiraba el aire con su perro Fideos.

Era la muerte con ganas de vida.

«Nada me falta, nada me asusta, la vida ya no me pesa».

* Abogada