Hace poco admiré lo ocurrido a un centro de Primaria en Montoro, que realiza un trabajo singular en defensa del correcto uso de la lengua. Cuenta el colegio con una Brigada Policial Ortográfica compuesta por avezados y menudos reporteros que se encargan -en cada programa de radio o vídeo que hacen público- de mostrar gazapos desafortunados en textos escritos y orales. Los rastrean por redes sociales o medios de comunicación y una vez analizados los intentan corregir con su peculiar toque personal. Tienen predilección también por aquellas intervenciones que denigran la forma de hablar en Andalucía. No es de extrañar que hayan sido premiados por el Consejo Audiovisual. Uno de sus últimos programas tuvo como protagonista al presentador Pablo Motos y en una ingeniosa intervención mostraron cómo denigraba a los hablantes andaluces por su acento. Con gracejo a la vez que argumentos hicieron pública una respuesta a la enésima intervención pública de alguien que considera que hablamos mal. Tuvo una segunda parte la historia, convertida también en lección, propiciada por el alcance de la respuesta que se hizo muy popular en poco tiempo gracias a las entradas que llegaron al canal de vídeo del colegio. Podían sentirse orgullosos de su repercusión. Pero el maestro coordinador advirtió que muchos de los comentarios no se centraban en el asunto y sí en convertir su famoso vídeo en arma arrojadiza para denigrar e insultar al presentador. Lo retiraron. Doble ejemplo para los pequeños estudiantes.

Aparte de la notable anécdota el trasfondo nos comunica un tema que no deja de aparecer cada cierto tiempo, el hecho de quienes desde fuera de Andalucía consideran que hablamos mal. Algo cíclico, como eterno retorno, vuelve a estar vigente con distintos personajes siempre en el mismo papel. Nos lanzan el arma arrojadiza de que no utilizamos correctamente el castellano, de que pronunciamos mal. Tal creencia resulta producto de la ignorancia, puesto que la hablas del sur de España -no podemos sintetizarlo tan solo en «el andaluz» con tantas variantes- son el resultado de la máxima evolución del castellano, la forma más vanguardista, que ha llegado más lejos con sus pérdidas intervocálicas, aspiraciones, seseo y ceceo, contracciones o rotacismos. Ya lo defendió un notable escritor gallego y además académico, Gonzalo Torrente Ballester, señalando que donde mejor castellano se hablaba era en Andalucía, por las soluciones lingüísticas a las que había llegado y la riqueza expresiva. Pero nos cuesta mucho quitar otra etiqueta que actúa de trasfondo: en la variante andaluza parece que se expresan analfabetos y gente con poca cultura. Esos son los «papeles» reservados a los procedentes del sur en los medios y creaciones audiovisuales. Curioso, con los procedentes de Canarias, variante similar, no ocurre. Pero la mejor lección del asunto inicial que nos ocupa la expresaba uno de los pequeños en su vídeo policial: «no le pedimos a nadie que llega fuera de Andalucía que hable como nosotros». Hasta ahora nadie me había mostrado tanto esplendor del final de nuestro himno: «Por la humanidad».

* Profesor