Se dice que el ‘Lazarillo de Tormes’ dio origen a la novela picaresca, siendo de gran importancia para la literatura del Siglo de Oro español. Su influjo profundo marcó tanto nuestra literatura, que podría aseverarse que sin ella no habrían podido escribirse no solo ‘Don Quijote de la Mancha’, sino tampoco un buen puñado de novelas nacionales y extranjeras.

Esta obra es un esbozo irónico y despiadado de la sociedad del momento en la que se muestran sus vicios y actitudes hipócritas, sobre todo la de clérigos y religiosos. En ella la simpatía de su autor a las ideas erasmistas motivó que la inquisición la prohibiera y no volviera a ser publicada íntegramente hasta el siglo XIX. Cobarde y similar actitud de censura vivieron los precursores de la Reforma Protestante, quienes ávidos de libertad y justicia se atrevieron a cuestionar y plantar cara a una élite clerical corrupta.

Afortunadamente, la autopoiesis del desafío luterano germinó en un nuevo orden humanista, contagiando a quienes en sintonía con el espíritu crítico decidieron no dar por callada al descaro de hipócritas que decían hablar en nombre de un Dios, cuya esencia negaban con su ‘modus vivendi’. Así que, independientemente de la autoría ocho años tras la muerte de Lutero, alguien decidió seguir el camino desafiante del fraile alemán, ofreciéndonos en formato literario un libro magistral cuyo poder de reflexión traspasa la temporalidad de casi 470 años de antigüedad.

A este respecto, ¿quién no recuerda el clérigo?, ese segundo amo de Lázaro cuyas características en el tratado representan la corrupción y la avaricia de los religiosos de aquel entonces. Mísero ser como muchos de los personajes del ‘Lazarillo de Tormes’, tampoco le proporcionó comida a Lazarillo, aunque teniendo de sobra, incluso guardada en un arca para él solo, prefería ofrecer al niño únicamente lo que no le gustaba y la comida que estaba en mal estado.

Esta doble moral de quienes predican de lo que no viven, ni viven de lo que predican me recuerda al comportamiento deshonroso y vil de algunos políticos, pero en este caso me referiré a aquellos dirigentes religiosos que durante la pandemia han aprovechado su posición prevalente para hacerse fraudulentamente con dosis de vacunas distribuidas en residencias para ancianos; ¡vaya caraduras!, ¿y esos son referentes morales?, hipocresía, falso sentido del honor, donde cada cual busca su aprovechamiento sin pensar en el prójimo, arrimándose a los buenos "se será uno de ellos" el mismo texto expresa.

¿Dónde quedan los atributos que ha de ostentar un obispo? I Timoteo 3 dice: 2irreprensible, prudente, apto para enseñar, no codicioso de ganancias deshonestas, que tenga buen testimonio, honesto sin doblez, que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia...". Seguro estoy si San Pablo levantara la cabeza se rasgaría las vestiduras y más de uno excomulgaría, por apostatar como si la iglesia fuera un chiringuito, franquicia, o partido político a merced del tráfico de influencias.

En fin, nadie habla de dimisión, al contrario, ¿para qué?, si están los servicios jurídicos al puro estilo de la partidocracia, cuando alguien es pillado metiendo la pata; se consensúa respuesta elaborada, corporativismo y fuera. Por suerte, gracias a los periodistas allí quedan para la hemeroteca los dichos de los clérigos de Maqueda traspuestos al siglo XXI. Dijo uno, «lo hice para dar ejemplo», qué poca vergüenza, ¡vaya jangada!

* Profesor y cronista