Era un barrio algo mágico, llamado de las Ciencias, situado en la ciudad de la Imaginación elevada a Infinito. En él vivía el librero, en el número seis, calle de la Botánica. Una mujer, científica, lo hacía dos calles más abajo, justo enfrente del bar bautizado Los Átomos, en el Paseo del Hierro. El cura había tomado un piso muy pequeño, al final del Camino del Agua, en el bloque Los Híbridos, denominado así por su gran mezcolanza de gentes y costumbres. Alquilado, en el edificio de las Eras Geológicas, así señalado por su vetusta fábrica, en un apartamento se alojaba un político en busca de partido. El artista, un ‘snob’ convencido, residía en la parcela de Los Acantilados porque le seducía la sensación de vértigo.

Eran bloques muy altos. Para la maestra fue fácil encontrar una vivienda cómoda en la Ronda del Río y, por fin, el filósofo transitaba sus días dentro de Reacciones, inmueble modernista de vidrio con acero. La magia del conjunto residía en amplias zonas verdes y en la ausencia de ruidos estridentes. Con mínima atención podías diferenciar los susurros del agua, el canto de algún pájaro o las voces de niños y risas de sus juegos. Magia y Ciencia con la Imaginación son áreas compatibles. La Magia nos muestra una realidad, casi milagrosa, al utilizar trucos escondidos cercados de misterio. La Ciencia, en sus inicios magia, aspira a hacer visible esa realidad sin simulaciones, al elegir razones y repeticiones con luz y taquígrafos. Ciencia y Magia, tanto monta monta tanto, han crecido bajo el paraguas del Ingenio y la Imaginación: son sus hijas.

El librero estaba prendado de la impertinente mosca Tsé-Tsé porque veneraba los sueños y las fantasías. En su librería, El Universo, ubicada en el Vial de la Energía, esquina con el Valle de las Oropéndolas, podías encontrar más de cincuenta títulos que hablaban de sus más de veinte especies, de las consecuencias de su picadura y su tratamiento. A Elisa, la científica, le gusta caminar e ir al trabajo andando. Tras el Paseo del Hierro desembocaba en la calle Volcán y torcía a la derecha. Tenía que atravesar el Jardín de las Mariposas para llegar a la Ronda de Andrómeda.

Todo recto, pasando por el Hotel La Luz, desembocaba en el Campus del Método Científico. Su marido era trabajador en los laboratorios Enzimas SL, Glorieta de la Antártida, previo paso obligado por Plaza de la Óptica. Sus dos hijas crecían en el Colegio Público de la Naturaleza, donde a diario salen para aprender afuera: visitan los jardines del Paseo de las Rosas; realizan experiencias en la casa que alberga el Aula de las Ciencias, ubicada en la famosa Ronda del Sistema Periódico; hacen observaciones en el Museo Etnográfico y en el Parque Zoológico, ambas instalaciones en el viejo Sendero de los Pterodáctilos. La ciudad como aula, escuela sin fronteras, según la innovadora Petra Flores del Río: Captura fotográfica de animales y plantas y el campo convertido en aula ilimitada del ejercicio físico.

La Iglesia se encontraba en la Plaza Cigüeñas y a ella llegaba el cura por la calle del Sol y lade Los Naranjos. El hombre sin partido gustaba pasear por Vía de las Estrellas, Pradera de la Célula, Pago de las Libélulas y atravesando el Puente de los Fósiles Vivos se sentaba en la puerta de la cafetería Arco Iris. El artista, Fernando, jugaba con la Luz y con los Minerales en sus telas en blanco. Su sitio preferido era el Rincón de las Ondas Eternas porque allí residía, según él afirmaba, la energía de las calles Constelación Pegaso, ADN nuclear y Catalizadores y toda esa potencia le ayudaba a pintar. La Maestra, Lucía, amante del misterio, pensaba para calles nombres como Confín del Universo, Trasplante de Cerebro, Rambla de la Oscura Materia, la Cuarta Dimensión,

Año 3500,..., su mente transitaba por zonas nebulosas y enigmas de frontera. Mientras tanto, el filósofo estaba convencido de la bondad de algunos personajes y proponía nombrar las calles por consenso con nombres de personas ligadas a la Ciencia sacadas de la historia. Nombres que, por acuerdo, sólo provocarían admiración y reconocimiento en todos los sectores: Hipócrates, Hipatia, Newton, María Cunitz, Galileo, Nicole-Reine Lepaute, Fleming, Marie Lavoisier 1, Linneo y otros.

Me advierto que esta serie de propuestas son candidatas a la estantería del olvido, pero pretendo dejar claro que existen alternativas a los intereses partidistas para nombrar calles que tanto nos dividen. Todo sea por un país más tolerante, con mejor respeto y por una convivencia más sana y relajada, factores determinantes para el progreso y el bienestar común. Las calles, que son de todos, debieran ser escenarios de encuentro.

* Profesor jubilado