Los humanos somos, en general, del último que llega. Desagradecidos. Poco proclives a rendir homenaje, como no sea que te mueras, a quien hizo todo lo que había que hacer para que lleguen luego los reconocimientos y medallas. El que se fue es pasado... y adiós.

Hay en esta ciudad un lugar mágico que embelesa a cada visitante y que para los cordobeses forma parte normalizada de nuestro horizonte.

El Círculo, esa casa que es lugar mágico que hace ciudad, sin que los propios la valoren, mientras los foráneos la envidian. Y yo he tenido la suerte de que mi vida transcurra viviendo muchos momentos entre sus paredes.

No puedo olvidar aquellas fiestas de fin de año para las que tardaba meses en soñar el traje que luciría y las peleas con mi madre y la modista para acortar la falda y ampliar la raja; no puedo sustraerme a las risas y los bailes que he vivido en la Caseta de la Victoria. La explosión de color, los caballos a la puerta, la belleza del recinto, la magia de sus espacios y la altura de los farolillos. Una atmósfera que hacía de aquel lugar un microcosmos único dentro del cosmos de la feria.

Cuando estudiaba, pase largas jornadas de estudio en la biblioteca y cuando dí el «si quiero», no fue ni siquiera planteable celebrarlo en otro lugar. Decían - en mi época- que las novias eran las únicas que no disfrutaban en su boda, pero yo doy fe de lo contrario. Aquel día en el Liceo, ese santuario de la belleza, ese icono de Córdoba, ese salón único, fui feliz y protagonista de una fiesta única.

Desde que me colegié como abogada, más de treinta años, he asistido allí y de manera ininterrumpida a la fiesta anual de mi colegio, con un paréntesis breve. De cada año, de cada fiesta en el Liceo, tengo historias que han hecho que sea quien soy. Podría escribir el libro de mi vida a través del recuerdo de mis emociones y miedos, de cada anécdota, de los que ame, o no tanto, del momento de mi vida personal y profesional al que va asociado cada celebración. Mi vida son fiestas de la patrona.

Así que hoy no podía dejar de sentirme agradecida y dar a la institución, a su presidente y a la ciudad entera, la enhorabuena por la Medalla de Andalucía de las Ciencias Sociales y Letras al Real Círculo de la Amistad de Córdoba.

Pero hay algo que no puedo pasar por alto. Por eso me dedico a demandar justicia. Después de toda una vida allí, nunca, jamás, esa casa tuvo más brillo y esplendor, nunca fue más lo que tuvo ser para recoger hoy la fruta, que cuando mi amigo, mi mosquetero, Federico Roca, la abrió, por fin, a Córdoba y al mundo. Enhorabuena, amigo.

* Abogada