Han pasado cuarenta años desde aquella intentona de golpe de estado que pretendía ese infanticidio contra nuestra democracia. En aquellas fechas un servidor estrenaba su mayoría de edad. En una sociedad como aquella de los años 80, un joven comenzaba a empaparse de aquella recién estrenada libertad de expresión que eclosionaba en los medios de comunicación, en las tabernas, en los hogares y hasta en las pizarras de las aulas. Era como una canción nueva, como una primavera, como aire fresco. Y todo eso reflejado en la mirada transida y emocionada de nuestros padres y mayores que todavía tenían ese vidrio en los ojos del dolor de la Guerra Civil. En Córdoba Anguita, aguardaba desde su despacho el desenlace de aquella felonía. Todos durante aquellas largas horas conteníamos la respiración. La España transida por la dictadura franquista que despertaba a la democracia no tenía cuerpo para más autoritarismo. Como bien sabemos todo volvió a su sitio, como una articulación luxada, pero hubo un dolor sobreañadido al que ya se arrastra de cuarenta años de dictadura. Ese dolor fue muy triste verlo reflejado en la mirada de nuestros mayores que se habían aferrado como a un clavo ardiendo a la esperanza del futuro de los que en aquellos momentos éramos jóvenes. Cuarenta años después de aquel golpe seco a las antiguas cicatrices de los españoles nos sirve en bandeja de plata no sólo un recuerdo, una remembranza, sino el valor de una realidad: la democracia debemos de cuidarla, de mimarla. Sobre todo en su esencia: la libertad y el respeto de los derechos. No es necesario un golpe de estado para intentar cargársela. Hay también métodos más sutiles como en nuestra actualidad estamos experimentando con ciertas políticas radicales. El 23 F siempre debemos tenerlo presente. Es el negro sobre blanco que tanto nos cuesta históricamente a los españoles no olvidar.

*Mediador y coach