El pasado Miércoles de Ceniza, el obispo de la diócesis, Demetrio Fernández, alzaba el telón de la Cuaresma de este año, calificándola como «nueva», es decir, con la perspectiva de la Pascua, envuelta en el drama de la pasión y muerte de Cristo, que desemboca en el triunfo de la resurrección. Y el papa Francisco, en su mensaje cuaresmal, nos la ha definido como un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad, viviendo las condiciones y expresiones de nuestra conversión: «La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno); la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna); y el diálogo filial con el Padre (la oración)», tres hermosos compases que nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante. ¿Cómo hablar de la cuaresma en esta hora? Sobre la mesa tengo los últimos datos que nos desvelan la «descristianización» de España, que es uno de los países que se han secularizado más rápidamente. En nuestro país, sólo un 22 por ciento de las bodas se celebran bajo el rito católico y la mitad de los recién nacidos no son bautizados. Este cambio radical de la sociedad también ha tenido lugar en Europa, e irá a más en los próximos diez o quince años. El evangelio del primer domingo de cuaresma nos habla del desierto, donde es empujado Jesús, quedándose allí cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Esta hora tiene mucho de «desierto», lo que los santos han descrito como la «noche oscura» del alma, como la aridez que busca la presencia de Dios y no la encuentra. Pero cabe otra posibilidad que es aprovechar el «desierto» como un momento privilegiado para acercarnos a Dios. Decía Antoine de Saint Exupéry, que lo bueno del desierto es que tenía un oasis y si encontramos uno, nos veremos con paz y alejados de todas las distracciones que nos suministra nuestro mundo: «Solo hay un problema, uno solo», decía el autor de ‘El Principito’, «redescubrir que existe una vida del espíritu más elevada que la vida de la inteligencia, una vida del espíritu que es la única que satisface al hombre». El terrible desierto de una pandemia que nos ha hecho tan vulnerables y tan débiles, puede ser hoy ese «oasis» que nos invita a reflexionar a fondo sobre nuestras vidas. Leyendo el libro ‘Sucederá la flor’, del escritor Jesús Montiel, me encontré con este párrafo hiriente y provocador: «Conocí a un hombre de negocios, un empresario que hizo fortuna. Poco antes de morir, en la cama del hospital, dijo: ‘Me han engañado’». ¡Genial anécdota que nos encara con estos tiempos convulsos de mentiras galopantes y descaradas! Lo peor de todo no sería el engaño en sí, sino que nosotros, los que pensamos que sabemos de todo o estamos de vuelta de todo, nos lo creyéramos. Esta cuaresma «nueva» nos invita, en primer lugar, como nos dice el canónigo Antonio Llamas, profesor de Ciencias Bíblicas, en su ‘Lectio divina’, a «agudizar nuestros oídos para escuchar la Palabra de Dios, no solo lo que dice, sino escucharla de verdad. La escucha nos llevará a profundizar en ella, para encontrar el horizonte de nuestra vida cristiana, conduciéndonos a una verdadera conversión». Por último, mi felicitación a la HOAC de Córdoba, que el próximo dia 26 celebra en la parroquia de la Compañía, de la capital, una Eucaristía, con motivo del 75 aniversario de su creación, en el recuerdo encendido de Guillermo Rovirosa y Tomás Malagón. La HOAC ha sido el oasis de los obreros, con una militancia concienciada que renueva su solidaridad con las personas empobrecidas, precarizadas, paradas, vulnerables, excluidas. Todo un movimiento eclesial que sigue dando abundantes frutos.

* Sacerdote y periodista