Tenemos a nuestro alrededor demasiados negacionistas que no asumen que el virus existe y que hay que adoptar las medidas que nos vienen impuestas; mascarilla, distancias, hidroalcohol, horarios y, por supuesto, la vacuna.

Practican lo que llamo ‘Nihilismo Covidiano’ y lo hacen con bases empíricas absurdas que para chiste, no están mal.

Del estudio de campo que he efectuado resulta que ese nihilismo florece en personas que aglutinan muy a menudo un factor común: arrastran mayoritariamente una ideología extrema. Muy conservadora, o todo lo contrario. Ultras de un polo o de otro que, al final y sin quererlo, se dan la mano más de lo que creen. O antisistema radicales que todo les da igual, o ultraconservadores que pasan también del sistema, porque no es el suyo. Existe también un claro subgrupo: los imbuidos por cualquier religión, fieles fundamentalistas jaleados por sacerdotes, predicadores, imanes y voceros todos, que aclaman cosas como lo que acabo de oír en el telediario: «¡Usar tapabocas es no confiar en Dios!».

Tenemos un grave problema que fraccionará aún más la sociedad en la que vivimos, cuando personas de nuestro entorno se nieguen a ser vacunadas y eso afecte a nuestras relaciones de amistad, familiares y laborales... ¿Tendremos como dicen corredores en las playas para unos y otros? ¿habrá en los cines salas especiales? ¿y en los restaurantes?...

La gravedad de lo que se avecina hace aún más censurable que haya nihilistas covidianos que teniendo responsabilidades públicas, o ejerciendo ciertas profesiones, cojan un micrófono y traten de «adoctrinar» desde lo más absurdo.

Ese doctor de Orense especialista en alergias que no solo niega la mayor sino que dice que la vacuna es «un experimento genético»; o ese magistrado del TSJ vasco que carga contra la clase médica, que tacha a los epidemiologos de medicuchos de tres al cuarto y que luego se queda tan fresco dictando una resolución que crea un nefasto precedente. Y es que el colmo del negacionismo es topar con un juez que lo sea y que, además, lo declare públicamente. Ayer se hizo la raya en el pelo y con ojos de corderito dijo que pedía perdón (¿perdón un juez después de dictar una Sentencia?) supongo que porque el Consejo del Poder Judicial le dijo que eso, o a la calle.

La imparcialidad, el mayor tesoro de quienes ejercen la casi sagrada función jurisdiccional, desaparece si vocean ante el micrófono del ego, sus pasiones, sus ideas y hasta sus elucubraciones científicas de medio pelo.

¡Que mal nos hacen estos versos libres abanderados del negacionismo!

* Abogada