Mirando la actualidad que nos rodea, parece que no se va a cumplir aquella recomendación que nos hacia el santo «en tiempos de turbación, no hacer mudanza», aunque el sentido de aquello tenía más que ver con el interior que con el exterior. Las mudanzas son siempre un momento álgido en la vida de cualquiera. Recuerdo de la mía, ya hace años, la contratación de la empresa de transportes tras un sesudo estudio previo de mercado, los preparativos y embalajes, los apoyos de los sufridos amigos que están siempre para lo que se necesita, las prevenciones y cautelas para que todo llegue tal cual estaba, o el disgusto de los pequeños roces, del objeto que se cae o la caja que se aplasta más de lo debido.

Y cuando parece que ahora es un periodo más tranquilo para estos menesteres, dada la movilidad reducida que a todos nos afecta, hete aquí que se anuncia la mudanza del año en la calle Génova de Madrid. Es la noticia que andábamos esperando. Ya podemos dormir tranquilos. La mudanza como antídoto de fierabrás que todo lo cura. Ante una debacle electoral catalana ya saben que lo mejor es llamar a la empresa de transportes y arreglado. Ante el estancamiento en las encuestas por la falta de liderazgo y proyecto, lo mejor son unos buenos profesionales del gremio con carretillas y mantas incluidas. Ante las acusaciones de cajas b, el manual de buenas prácticas al uso recomienda que lo más oportuno es embalarlo absolutamente todo, de la «a» a la «z» incluidos discos duros y copias de seguridad, por si acaso. Nadie es consciente de todo lo que tiene, hasta que llega la mudanza. Aunque otros eran más partidarios de un blanqueo generalizado de continente y contenido, ya saben. Y otros de cambiar pájaros y colores, que los logos hay que refrescarlos para entretenimiento del personal.

Es que no se concibe hoy la vida pública sin una buena mudanza. Acuérdense del cambio de colchón de Sánchez cuando llegó al palacio de la Moncloa. La primera decisión del presidente al llegar al poder, como el propio líder confesó. Ya ven, lo mismo que los 100 decretos presidenciales de Biden en la Casa Blanca: colchones, cuadros, cortinas, moqueta... Qué duro resulta. Otros se mudaron al casoplón de Galapagar, para que no sea solo la casta, y lo sometieron a las bases del partido que, lógicamente, deben avalar tan importantes decisiones programáticas en las que nos jugamos el futuro.

Otros, buscando mejores climas, se mudaron a Abu Dabi, aunque parece que con pocos muebles que realmente no necesitan, a disfrutar de la tradicional hospitalidad de los jeques árabes, que además te colman de regalos y algunos Ferraris en compensación a un reconocimiento, que ¡ni las mejores estrellas del cine, oiga! Y los instagramer y youtubers como el Rubius se mudan a Andorra buscando además del clima, la tarifa plana del diez por ciento en el impuesto de la renta, que para paganinis y solidarios con las pensiones, la sanidad y todo el estado de bienestar, ya estamos los demás.

Me pregunto, qué será de nosotros cuando se levante el confinamiento. Lo más que aspira el común de los ciudadanos es la mudanza de la ciudad al campo o la playa, aunque sea para unos pocos días, a disfrutar del aire sano y para desintoxicarnos, de tanto trilero.

* Abogado y mediador