Córdoba está de enhorabuena: ha conseguido el mayor de los desafíos que se le habían planteado estos últimos años: ser elegida para base logística del Ejército de Tierra; todo un hito que nos obliga a estar a la altura y ponerlo al servicio de la unidad de acción, la reconceptualización urbana, el empleo, y por supuesto el futuro. Y todo ello debería hacerlo sin olvidar al que siempre ha sido su principal activo: el río. Hablo del menor de los grandes ríos peninsulares, que los indígenas habrían llamado primero Tartesso, y luego Certis, pero el más largo y de mayor caudal del sur peninsular, de importancia superior a la de cualquier otro, dado el papel que desempeñó durante muchos siglos como arteria comercial y de navegación, por la que desde muy pronto debieron fluir las principales materias primas del interior, y llegar de fuera productos, gentes, ejércitos e influencias culturales -el río, también, como factor de civilización-. La comunidad científica coincide, de hecho, sustancialmente, en considerar al valle del Guadalquivir como uno de los ejes históricos de explotación territorial más paradigmáticos de la Península Ibérica, con los ríos -en especial el Baetis, pero también sus afluentes Genil (Singilis) y Guadalimar (Menuba)-, como ejes vertebradores de un territorio y una red viaria terrestre racionalmente estructurada, básica para articular la vida política, económica, productiva, cultural, y por supuesto urbana, de una de las regiones más pobladas, ricas y prósperas de Occidente. No olvidemos el rol que para la expansión y consolidación del Imperio romano -también, más tarde, del Estado Omeya-, así como en su sistema comercial, de intercambio y de abastecimiento en el sentido más amplio de los tres términos, desempeñaron siempre las comunicaciones terrestres, marítimas y sobre todo fluviales, más rápidas, efectivas, cómodas y económicas que las primeras, con más capacidad de carga y gran poder de irradiación hacia el interior.

La construcción de un puente físico en la ciudad -el único de piedra hasta la desembocadura en muchos siglos, posiblemente para no entorpecer la navegación-, garantía de comunicación entre las dos orillas incluso en épocas de crecidas, terminó por consolidar a Córdoba como punto de confluencia de las más importantes rutas terrestres que unían el centro y el sur peninsular; circunstancia que, combinada con su carácter portuario, reforzaría sin duda de forma importantísima su ya altísimo valor estratégico. Corduba contaba con una enorme variedad de recursos, era nudo de comunicaciones, base logística perfecta, lugar ideal de invernada, y también espacio central y privilegiado para planificar y organizar la penetración hacia el interior y resistir las incursiones periódicas de lusitanos y meseteños; todo ello derivado en buena medida de su posición ad ripam Baetis, dominando el valle medio del río, llave y presa de éste en el vértice exacto de un triángulo isósceles con los extremos de la base en Cádiz y Huelva del que el río es mediatriz, y en el punto concreto en que dejaba en la Antigüedad de ser navegable con cierta comodidad para botes y barcazas a remos de escaso calado. Razones que han llevado a algunos autores a calificarla de emporion, entendida como centro redistribuidor del comercio en el valle medio a través del río. Y es que en todo momento el carácter de Córdoba como núcleo rector del territorio, y su rol capitalino en sentido amplio, derivaron de su valor como puente y frontera, de su control más o menos efectivo sobre el río como vía capaz de dar salida a la producción de la región y favorecer su avituallamiento; en una casuística muy similar a la de tantas otras ciudades elegidas por Roma por su potencialidad militar, política y comercial. Basta recordar que de las catorce capitales conventuales de Hispania sólo dos rompieron dicho esquema. Podemos así hablar de un «modelo fluvial» de colonización, conforme al cual los ríos -especialmente los navegables- habrían sido factores determinantes de atracción y de estructuración para Roma y su complejo sistema administrativo local; lo que justificaría la elección y promoción de Corduba.

En unas 200 estiman algunos el número de lintres y scaphae, los tipos básicos de barcas fluviales que navegarían por el viejo Baetis entre Córdoba y Sevilla durante el Pleno Imperio. Las lintres eran barcos de ribera de poco fondo, baja borda y un tanto inestables, capaces no obstante de transportar cargas de cierta importancia y hasta siete personas, y las scaphae, esquifes, armadías o barcas de arrastre, empleadas sobre todo en el puerto de Sevilla, aunque no sólo, por cuanto sirvieron además para la pesca y el transporte de personas, animales y mercancías. Ambas modalidades contaron con corporaciones de barqueros bien atestiguadas por la epigrafía, que confirman la importancia económica de su actividad, su elevado número y su relevancia social.

*Catedrático Arqueología de la UCO