Su madre le dice últimamente que vaya pavo que tiene, que debería centrarse un poco, dejar de salir y entrar como si nada, hacer las cosas con un poquito de cabeza, hija de mi vida, me pongo pesada porque soy tu madre y punto. Es normal. La madre se pasa el día viendo la tele y meneando la cabeza con indignación cuando salen esos vídeos pandémicos de fiestas en penumbra y botellones inadmisibles. La gente no se asusta por nada, dice la madre, y lo dice mirándola a ella para que tome nota. Raro es el día en que no se repite la escena a la hora de comer o de la cena.

Ahora mismo acaban de hablar por teléfono. Cuando ha visto en la pantalla «Mami» ha tenido la tentación de no cogérselo para no tener que aguantar el interrogatorio de costumbre, la madre que dónde está y ella que por ahí, la madre que dónde es por ahí y ella que dando una vuelta, la madre que con quién y ella que con gente, la madre que con qué gente y ella que con la gente de siempre, la madre que si están con mascarilla y ella que claro que sí, mamá, por dios, cómo vamos a estar, ya está bien de controlarme, es mi cumpleaños, algo tendré que hacer, no me voy a quedar encerrada...

Lo cierto es que al principio estaban muy formalitos con la mascarilla. Laura y Antonio y un amigo de Antonio que ella había visto en el móvil porque Laura lo veía ideal, tía, ideal, te pega un montón, mira cómo está el colega, el finde que viene quedamos los cuatro y os conocéis en persona, hazme caso. Y le hizo caso. Por eso se maquilló a escondidas de su madre con clandestina meticulosidad y por eso se metió como pudo los pantalones de salir aunque se supone que habían quedado en plan tomar algo tranquilos.

Poco a poco se van animando cada vez más, a las 6 cierra esto, si queréis luego vamos a mi casa, dice Antonio, y ella hace como si no hubiera oído nada aunque sabe que va a ir de cabeza a casa de Antonio porque el amigo de Antonio está mejor que en el móvil.

Y van a un chino y compran cervezas y una botella y refrescos y paquetes de cosas para picar. Y paran en Mercadona por una tarta, la tarta la pago yo, que es mi cumple. Y entran en otro chino porque se les ha olvidado pillar hielo, hielo y tabaco. Y velas para la tarta. Y en casa de Antonio ella mira el móvil temiendo que en cualquier momento empiece a vibrar como si el aparato transmitiese el cabreo, el bronco gruñido de la madre que se pregunta dónde andará esta niña, Dios mío, la hija que unos minutos después siente el revoloteo en la boca del estómago cuando el amigo de Antonio la coge de la mano en dirección a la habitación de Antonio, la hija a la que dos días después le empezará a doler mucho la garganta, la hija que termina la noche con la mascarilla manchada de chocolate después de soplar las velas de su cumpleaños: 52.

* Profesor