No hay forma de que entre dos compañeros de trabajo y yo nos entendamos cada vez que coincidimos por cuestiones laborales «y con todas las medidas de seguridad sanitarias», frase obligada al hablar de encuentros en estos tiempos. El caso es que uno de estos compañeros no se cree en absoluto lo que cuentan los medios de comunicación sobre la pandemia. Y quizá hace bien. Un servidor, en cambio, no se traga para nada todos los bulos y teorías ‘conspiranoicas’ que circulan por ahí sobre el covid. Pienso que también acertadamente. Y el tercero, ni se cree a unos ni a otros. He de reconocer que a veces me parece que será el que más razón tenga en el futuro. El tiempo lo dirá.

Pero mientras tanto, como podrán imaginar, la comunicación es imposible entre nosotros cuando sale el tema de la epidemia mundial, más aun sabiendo que es la conversación que copará el 80% de todas las charlas en estos tiempos... e incluso me quedo corto con el porcentaje.

Así pues, casi podemos celebrar algunos momentos en donde implícitamente coincidimos los tres. Como el otro día, cuando nos quedamos mirándonos sin decir nada pero diciéndolo todo después de que un cuarto colega se jactase de que a él no le engañaba nadie y de que conocía bien un discurso de Bill Gates de hace diez años (nada menos), en donde abogaba por algún mecanismo para reducir la población mundial en un 20% para salvar los recursos del planeta. De ello infiere nuestro amigo en común que el virus o la vacuna, o ambas cosas, es ese mecanismo que propuso el potentado para el control de la natalidad. Yo me quedé sin comprender qué pintaba en esta teoría la catástrofe de muertes vividas en residencias, un lugar en donde la tasa de reproducción es realmente baja, permítanme la ironía de humor negro ante tal despropósito.

En todo caso, sirva la anécdota para demostrar que tras los largos meses de pandemia ya hay tantas opiniones como personas sobre lo que pasó para el nacimiento del virus, lo que ocurrió después y lo que está sucediendo ahora. Así, apenas hay dos o tres cosas incontestables en donde podamos estar de acuerdo, y una de ellas es que cuando se reduce la movilidad de la población, la curva de contagios baja. Otra cosa es cómo se baja esa movilidad, y ahí volvemos a entrar en mil opiniones, pero el efecto está claro: a menos contactos, menos contagios. Como también es evidente que la población está ya cansada de la pandemia y necesita alguna válvula de escape por salud mental, para mantener un mínimo de espíritu combativo y porque la economía languidece, que la pobreza también mata.

Así, ahora las preguntas son ¿cómo conjugar ambas cuestiones en los próximos meses? ¿Es mejor mantener medidas ahora para evitar una cuarta ola o para enfrentarnos a ella en mejores condiciones y ya con las ayuda de las vacunas ir haciendo un ‘desconfinamiento’ lineal, siempre hacia medidas menos restrictivas y un verano glorioso? ¿O nos tomamos otras ‘vacaciones’ en torno a la Semana Santa, como hicimos en Navidad, y luego volvemos otra vez a encerrarnos y a pagar una insoportable factura en muertes? Solo sé que, de nuevo, entre mis amigos y yo no nos pondremos de acuerdo.