Pensaba haberles dedicado estas líneas al nuevo año chino que hoy comienza, y ya va por el 4719 de su calendario milenario, dedicado por su particular horóscopo al año del buey, con perdón de los veganos, y a las personas honestas y decididas. Pero ante la posibilidad de otra cuesta de febrero post año nuevo, mejor no tentar la suerte, más si es made in china. Es más bonito y relajado hablar de ese san Valentín del que ya apenas queda nada. Recuerdo que mi padre regalaba rosas a mi madre, o los menos pudientes nos intercambiábamos fotografías o dábamos unas tarjetitas dedicadas y nos íbamos de cena en nuestra juventud con lo que nos alcanzaban los ahorros de la paga semanal a la pizzeria del barrio, como si fuera un restaurante de tres estrellas de la guía Michelin. En el fondo, entonces vivíamos mucho más el idealismo de la pareja, el compartir de las celebraciones. No era un romanticismo pastelón, pero creías en buscar y encontrar tu media naranja para toda la vida. Cómo han cambiado las cosas. Hasta el sesgo comercial ha ido declinando, como un producto caduco más, fuera ya de campaña.

El pragmatismo ha ido venciendo a los sentimientos. Si no es útil, no sirve. Ya no levantamos obeliscos como hicieron todos los pueblos durante milenios. No tenemos sentido trascendente sino inmediato de nuestra existencia. Queremos a las personas como a los muebles, hasta que encuentres otro mejor. Las familias son ahora mucho más frágiles, apenas una suma de contratos libres entre individuos y que, de la mano del neoliberalismo, se pueden romper a gusto de las partes mediante la conveniente transacción comercial. Hemos desterrado las obligaciones del parentesco y cada vez se casan menos parejas. Hay una huída del compromiso, de las obligaciones recíprocas. Es preciso que vivas para otro, si quieres vivir para ti, escribía Séneca. Todo lo contrario. Queremos hoy vivir sin límites, donde nuestro gusto y libertad está por encima de todo, sin perspectiva alguna. Se olvida, que también hay que querer quererse. Y que la vida no es una línea recta o una llegada a meta de continuas satisfacciones. Que todo lo que vale, cuesta.

La esterilización de los sentimientos, la desafección emocional, es uno de los graves problemas de nuestros días. Somos, a pesar de la pandemia y la grave crisis que conlleva, la generación que disfruta de más lujos y comodidades de todas las que han existido en el planeta Tierra, pero también la más angustiada y deprimida. Debemos reivindicar una vuelta al romanticismo, a los sentimientos, a los ideales, al compromiso, al querer quererse. Debemos recuperar la cultura del encuentro y del servicio. Al fin, la felicidad no se consigue porque alcancemos lo que deseamos, sino por disfrutar de lo que tenemos, por el camino más que por la meta. No eres más feliz porque ganen siempre tus intereses, la vida no es un combate, sino porque seas coherente entre lo que piensa tu cabeza, siente tu corazón y realizan tus obras y, porque en ellas, tengas siempre un hueco para lo demás.

* Abogado y mediador