Mi padre como buen cordobés pronunciaba mal la jota. Lo hacia como una hache aspirada, profunda. Vamos, sin que le doliera la garganta. Muy distinto a esos que se rajan las cuerdas si te dicen, «cojones, saca el jilguero de la jaula». A su amigo Juan le llamaba «Huan», así que cuando me arriesgué a viajar a China y quedar allí con un chino llamado «Huan» (si, ese del artículo de hace dos semanas) me pareció una señal del destino y tan familiar que creí que aquella cita no podía fallar. Pero falló.

Han sido muchos los que me han preguntado qué pasó con Huan. Simple. Cuando fui al hotel del barrio chic francés de Shanghai, al mítico The Mansion Hotel, después de atravesar el mundo y la estepa siberiana para encontrarme con Huan, no solo llegó tarde, sino que venía decidido a incumplir su compromiso. Nos cambió por un grupo de empresarios valencianos, varones, que iban con serios propósitos empresariales y no a la aventura femenina de descubrir una ciudad oculta de China.

Las normas contienen obligaciones, los contratos también y hasta los compromisos que a veces decimos de palabra, como si nada, deben desplegar sus efectos. Y si no, busquen un abogado. Bromas aparte, no entiendo la facilidad de mucha gente para desdecirse, o decir «te veo la semana que viene», sin ninguna intención de hacerlo; para no estar ahí el día y hora de la cita. No entiendo a los que se comprometen para un proyecto, o para ayudarte y como si nada. Dar, hacer o recibir es cuestión de compromiso y los compromisos, quizás más livianos que las obligaciones que dimanan de un contrato, deben cumplirse. Otro día hablamos de la discusión jurídica sobre si cualquier cosa a la que nos comprometamos podría en realidad reputarse como un contrato -verbal- desplegando efectos y obligaciones.

El político que se compromete a bajar los impuestos, o a no irse de su puesto y sale pitando si le ofrecen otro mas lucido; los que juran fidelidad y no la cumplen; los padres o hijos, y viceversa, que no cumplen el compromiso natural y recíproco de cuidarse; las farmacéuticas que se comprometen a entregar unas vacunas y se las dan a quienes pagan el doble...

Cuando el otro día supe gracias a este periódico que se habían cumplido 60 años del reloj más flamenco del mundo, entendí por qué me había pasado gran parte de mi vida quedando en Las Tendillas, justo debajo del reloj. Creo que me gustaba oír el rasgueo de la guitarra para saber que yo era puntual y que la amiga o el noviete de turno no habían llegado a su hora. El mundo -y no sólo China- está lleno de insoportables informales.

* Abogada