Quizá porque la música amansa a las fieras, no cesa la cantinela gubernamental que augura el principio del fin de la pandemia. Con inusitada sumisión hemos encomendado nuestro porvenir a las vacunas, el cierre de la hostelería y a un cosmético canje en el Consejo de Ministros. Como si del juego de las sillas se tratara, la remodelación del Gobierno ha consistido en un conmutativo cambio de Iceta por Illa, Illa por Darias y Darias por Iceta. Mucho me temo que el orden de los factores no altere el producto. En su primera comparecencia, la nueva ministra de Sanidad ha debutado en el cargo asegurando que más de treinta millones de españoles estarán vacunados en verano, aunque no ha aclarado de qué año.

A lo largo de la historia los españoles hemos sido poco dado a la subversión, y hasta hubo que echar mano de los himnos ( «¡Andaluces, levantaos!» o «Arriba, parias de la tierra») como antídoto contra la pachorra ibérica. Nada altera nuestra desidia -impasible el ademán- de ahí que el último revolucionario patrio conocido sea Manuel Benítez ‘El Cordobés’. Pero tanta indolencia en los tiempos que corren resulta sospechosa, y hay quien se malicia que nos estén vendiendo las mascarillas impregnadas en cloroformo. No es que uno propugne el asalto de los palacios del reino -ni tan siquiera el del vicepresidente en Galapagar-, mas tanto letargo va camino de convertirse en el sueño eterno. Vivimos en una sociedad anestesiada, y el sonido de nuestro silencio envalentona a unos gobernantes que, en su carrera por restringir libertades, no nos han dejado ni el derecho al pataleo. Antes de la llegada del covid se decía que la paciencia tenía un límite, pero ahora el santo Job a nuestro lado es un atormentado anciano mordiéndose las uñas. A fin de evitar una imputación por golpista, diré que no me mueve mi secreta vocación de bandolero -ni menos aún un ansia por emular al caricaturesco Puigdemont- pero cerca de cien mil muertos, cinco millones de desempleados, la reclusión domiciliaria casi perpetua y un inquietante futuro debieran ser suficientes para susurrar pacíficamente que espero algo más que la táctica del avestruz o el ya escampará. El lóbrego Salvador Illa se acaba de despedir del ministerio de ¿Sanidad? vaticinando que su sucesora se iba a divertir. Maldita la gracia.

Cuentan los epidemiólogos que nos acercamos a la cuarta ola; lógico si al frente de la gestión de la crisis sanitaria continúa un surfista llamado Fernando Simón. También se rumorea que Pedro Sánchez vuelve a estar insomne al pensar en sus compañeros de viaje, pero acaba conciliando el sueño contando españolitos. Mientras tanto, andan por Moncloa pensando el eslogan de la próxima campaña electoral. Dada su natural querencia al plagio dudan entre «Bienaventurados los mansos» o «El silencio de los corderos».

La Organización Mundial de la Salud fía el fin de la pandemia en España a que el Gobierno logre la inmunidad de rebaño. A por la inmunidad; el rebaño ya lo tienen.

* Abogado