Hablar, matar el silencio, no dejar que el mutismo arraige, que se enrede entre los pies, que trepe por el cuerpo e imponga la afonía. Boca cerrada. Dolor atragantado. Y la impunidad del mal.

La congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez ha revelado que fue víctima de una agresión sexual en el pasado. No ha dado detalles, lo ha compartido con sus seguidores de Instagram mientras narraba su conmoción ante el reciente asalto al Capitolio. Ambos sucesos le han resultado traumáticos. Ya aparecen las primeras quejas. La acusan de exhibición de intimidad, cuando no entienden que la gran victoria de los agresores es que sus actos queden relegados a la vida privada de las víctimas. No. Hablar, aunque sea en un susurro, aunque sea conteniéndose las lágrimas, aunque solo sea para compartir el terror. Porque ese dolor verbalizado, ese vómito de rabia y lamentos atragantados corroe la salvaguarda de los depredadores.

La declaración de Ocasio-Cortez es su victoria, y se une al testimonio de otras mujeres agredidas. Así, palabra a palabra, se trenza el sostén, la comprensión, la fortaleza de la superviviente. También la desnudez del atacante.

* Escritora