Este capitalismo salvaje, del que participan tanto el neoliberalismo como este socialismo descafeinado y sin rumbo, tendrá su punto y final dentro de la Historia (quizás, no lo puedo asegurar, se lleve incluso para adelante a estas dos ideologías). Y lo tendrá porque no puede existir el infinito dentro de un mundo como el nuestro, que cada vez se nos muestra más amenazador y finito. Sé que muchos lectores se alegrarán de leer esto y sé que otros no. Este capitalismo salvaje que vivimos, gozamos a veces, sufrimos otras, tocará fondo, si no lo está tocando ya. Pero esto no nos debe hacer caer en un pesimismo desesperanzador, sino todo lo contrario. Ya sabemos, porque ya son muchos años de capitalismo con distintos rostros, que éste ha conseguido hacernos ver, por ejemplo, que la pobreza estructural, en algunas zonas de nuestro planeta, tiene hasta un rostro amable y simpático. Nos hicieron creer que teníamos un capital que no hemos tenido jamás. Ellos, los verdaderos dueños del capital, lo han denominado Estado del Bienestar. Pero esta situación hace ya una década que comenzó a desaparecer en los países occidentales. Ahora vivimos una situación de impasse en la que estaremos algunos años sobreviviendo como podamos, a la deriva. Entre lo que hemos provocado nosotros mismos como seres humanos y los que nos sobreviene sin apenas participación nuestra estamos más que apañados para los tiempos que nos llegan.

Es lógico que aún queramos salvar este sistema ideológico y económico con el que llevamos tanto tiempo conviviendo. Intentamos convencer a los ricos, a los propietarios del capital, de que a partir de una cierta cantidad de dinero no se es más feliz. Intentamos convencerlos, por tanto, de que no se enriquezcan excesivamente porque no va a aportarles más felicidad de la que se puede alcanzar con una determinada solvencia económica. Intentamos y a veces logramos, como en España y en otros países, que una renta mínima garantice a todos, al menos, no caer en una pobreza extrema, aunque se siga siendo pobre en muchos otros ámbitos de la vida. Los ricos intentan convencernos a los pobres (sobre todo para que los dejemos en paz) de que poseyendo un capital mínimo para subsistir podemos pegarnos, como se suele decir, con un canto en los dientes. Es la máxima perversión, el culmen de la perversión económica donde se unen la izquierda y la derecha, el liberalismo y el socialismo: te doy dinero, pero no te doy empleo. Te doy un pequeño capital para que sigas consumiendo, para que el ciudadano no se salga ni lo más mínimo de la rueda del consumo, porque si se sale se puede volver realmente amenazador y peligroso. Te ofrezco ayudas, bonificaciones, incentivos, subvenciones (que la mayor parte de las veces o no llegan o llegan con un retraso bochornoso) pero no para ayudar al trabajador, al empresario, a las familias, sino que solo tratan de que el dinero se mueva. El ser humano les importa un carajo. Señor Sánchez y, sobre todo, señor Iglesias, entérense de una maldita vez que lo que España necesita es pleno empleo, no pleno consumo. No sigan construyendo este castillo con cimientos de arena. Piensen, se lo suplico, piensen antes de que el castillo se desmorone del todo qué alternativas económicas pueden sustituir a este horrendo sistema que tenemos para que el ser humano vuelva a ser, si es que alguna vez lo fue, el verdadero protagonista de la evolución histórica, para que el ser humano no sea, como lo es ahora, objeto que consume, objeto consumido y objeto que se consume a sí mismo. Quizás ni el crecimiento exponencial, ni el crecimiento sostenible, que hasta ahora han sido las banderas que han enarbolado las Ideologías al uso, sean las soluciones para una transformación auténtica, estable y duradera.

* Profesor de Filosofía