Tengo que deciros, confío en que lo sabéis bien, que el supuesto propósito del anterior encierro general, hace casi un año, pretendía ser: no llegar a esto. A pesar de lo cual, como veis, aquí estamos. La lógica, no la ma-te-má-ti-ca de los «expertos», me dice que, de habernos enchiquerado todo un año, llegaríamos, una vez puestos en la calle, antes o después, a esto mismo. Quizir: el virus sigue ahí, esperándonos cada vez, por cierto (según declara algún experto, delatándose) «menos agresivo conforme aumenta su capacidad de contagio». Conclusión aproximada: todos los confinamientos y restricciones son polvo bajo la alfombra. Pero los expertos, tan anónimos como sus credenciales, se mantienen en los números porque, aseguran, lo importante es reducir el número de contagios ahora, destruyendo la hostelería primeramente y el resto después para, una vez se abran las puertas de toriles, volver a comernos la moral, someter los cumpleaños a concurso, excomulgar a organizadores de botellones (florecidos a consecuencia de los cierres), mientras las grandes superficies reponen sus kits ron+cola y las farmacéuticas y químicas y mascarilleras se apuntan picos históricos en bolsa.

Hosteleros y comerciantes. Habiendo considerado la situación en su conjunto, me parece, sin temor a errar, que los gobernantes y allegados dan muestras más que evidentes de ir, deliberada y desvergonzadamente, a por vosotros. Eso, o son idiotas. En cualquier caso, no están solos. Ya veis cómo gira la cabeza ese caballero, indignado, cuando me ve con la mascarilla bajo la nariz, sin un cigarro en la boca. ¡A ver si nos vamos a tener que dar todos al tabaquismo! También se ofende, por cierto, si me quito el bozal para sentarme en un banco; pero no abre la boca si lo hago en una terraza.

Hosteleros, tenéis enfrente al peor enemigo: engendro de la memez y las farmacéuticas, ahora lo llaman, ilegítimamente: «ciencia».

* Escritor