Entre los arquetipos de lo español que todavía son agibles a los buceadores a la husma de nuestra identidad más auténtica y, por ende, atópica, el del cordobés figura sin duda en primer plano. En los variados territorios de su antropológicamente muy rico solar cabe con cierta frecuencia enriquecerse con hombres y mujeres acoplados sin torceduras a la fisonomía más alquitarada de lo hispano.

Como una de las mayores gracias de su existencia considera el anciano cronista el haber disfrutado del trato y la amistad de féminas y varones singulares nacidos en la Sierra, la Campiña y Valle cordobeses. Casi todos por desgracia son sombras elíseas, privadas de contacto con los mortales. Entre los todavía venturosamente protagonistas de la sociedad cordobesa se halla un viejo y loable servidor de una de las más renombradas y beneméritas corporaciones sanitarias de todo el Sur peninsular. Incorporado a ella desde los días moceriles no tardó en descubrirse como pieza esencial de su, por lo común, admirable funcionamiento. En peldaño modesto del poderoso organismo, la entrega desbordada a sus deberes, la empatía ilimitada y envidiable humanidad de su actividad y relación con los pacientes del centro hospitalario, le granjearon el hondo afecto y la mejor consideración de sus superiores jerárquicos, colegas y toda la amplia plantilla del reputado centro. Rayó a tal altura su trabajo que, autodidácticamente, atesoró técnicas y saberes acreditados de la noble profesión galénica en la rama específica a la que consagró sus indesmayables afanes, siempre en segundo lugar ante médicos y doctores muy prestigiosos -entre ellos, el reputado traumatólogo D. Manuel Gala--, de cuya confianza llegó a gozar en elevado grado. A tenor de ello, bien cabe esperar que, cuando se acometa la inaplazable historia del organismo hospitalario en cuestión, tenga el profesional de Clío que dé cabal síntesis de su encomiable tarea, guía y estrella de las generaciones posteriores.

Viudo de una mujer idolatrada y ya jubilado, en el pueblo luminoso de la campiña cordobesa en que naciera en 1931, dedica sus trabajos y días, junto al ejercicio impecable de su abuelazgo, a restañar en la medida que le es hacedero las heridas del dramático conflicto de 1936, de muy particular huella aún en dicho marco geográfico: uno de sus escenarios más trementes en los inicios de la contienda fratricida. En el climax político-social de la controversia en torno a la «memoria democrática» su esfuerzo se presenta especialmente oportuno. Consuegro de alguien cuyo padre fuera alcalde de un municipio de la zona en julio de 1936 y al que se debiera la salvación de la muerte de un celoso sacerdote que, tres años más tarde y después de lances novelescos, consiguiera impedir su ejecución por el bando ahora vencedor... Sí, efectivamente, en medio de una tragedia excruciante, se contaron ejemplos como citado. Glosarlos e modo encendido a la manera de nuestro protagonista es incuestionablemente el servicio más plausible que puede hacerse a la realidad plenificante de una convivencia plural, libre y fecunda en la España actual, a tronada por voces energuménicas. De obtener el aplauso y audiencia requeridos por una actuación por entero elogiable, la gratitud, cualidad nutricia de la existencia individual y colectiva, acompañará los últimos pasos de una andadura tan digna de ella.

* Catedrático