Es ‘apartheid’. Esta es la palabra. Así lo ha calificado B’Tselem, el Centro de Información Israelí para los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados. La reconocida organización, fundada en 1989, deja atrás los subterfugios y reconoce que los términos utilizados hasta el momento -«ocupación prolongada»- no bastan. Así, afirma que «el régimen israelí implementa leyes, prácticas y violencia estatal diseñadas para cimentar la supremacía de un grupo, los judíos, sobre otro, los palestinos». Y esto tiene un nombre: ‘apartheid’. Mientras que «la división en Sudáfrica se basó en la raza y el color de la piel, en Israel se basa en la nacionalidad y el origen étnico».

El informe es revelador. Y no por la descripción de una situación que, sin el velo ideológico, es perfectamente reconocible, sino porque tiene el valor de poner la palabra justa. «¿Cómo puede la gente luchar contra la injusticia si no tiene nombre?», se pregunta el informe. Nombrar el mal para llamar a combatirlo, para crear un «futuro basado en los derechos humanos, la libertad y la justicia». Hay que tener mucho valor para colocarse frente al espejo, atreverse a mirar y denunciar.