Hay un momento misterioso en la vida de la gente en la que se vuelve soberanamente aburrida. Un día te hablan apasionadamente de la Nouvelle Vague, el senderismo o los venenos del renacimiento, y al siguiente todo es la hipoteca que han firmado y la tarta de tres chocolates de su thermomix. Una vez que el aburrimiento te infecta el cerebro, hasta lo que tiene su punto suena aburrido también, como el que sale a correr por el campo y en vez del horizonte mira sus pulsaciones.

Hay también un momento en la vida en el que una persona adulta, profesional solvente, cabeza de familia o erudita o de fama comprobada tiene que mirar fijamente a los ojos de su cónyuge o sus padres o sus hijos y reconocer que quiere muñecos por Reyes. Muñecos de plástico. Miniaturas. De Star Wars Legion o Warhammer. Una unidad de elite si no es mucho pedir.

El domingo pasado lo echamos en Estalia en un torneo de Legion. En resumen: cada uno con su ejército de Star Wars (República, Separatistas, Imperio o Rebeldes) se enfrenta al adversario sobre una mesa llena de maquetas de edificios, cráteres, desiertos y ruinas. En su discurso del Nobel dijo Vargas Llosa que él empezó a escribir para reescribir las historias que había leído ya (idea que parece simple pero que se recuerda al pasar los años, ergo es poderosa, que no por mucho complicar se hace uno inmortal), y en parte jugamos a Legion para reescribir Star Wars, o sea, para hacer que Luke atraviese las líneas enemigas como un berserker, o que Obi-Wan le dé lo suyo a Vader, o que Jyn Erso se infiltre en territorio droide y haga tremendo destrozo. También porque después de más de veinte años jugando a juegos de guerra, es reconfortante dar con uno que no tenga las reglas rotas desde el principio, y te obligue, de hecho, a jugar con cada facción como se supone que combate esa facción. Como el ajedrez y el póker juntos, y que Caissa me perdone.

Hace mella a veces que a los aficionados a la fantasía o los juegos de mesa nos traten como a niños o panolis. Mire caballero, a usted le gusta el fútbol que es de niños más pequeños y nadie le dice nada. Son cosas hasta compatibles, como en el caso de mi cuñado, que fue futbolista y los juegos los fabrica él mismo. No es que sea algo que uno oculte, pero lleva tiempo y requiere valentía crecer y convertirte en lo que eres realmente (así Cummings), que no es tanto serlo como aceptarlo sin complejos.

Me gusta elegir, montar y pintar mis miniaturas. Me duele que le pase algo en batalla al personaje que ha pasado horas en mis manos pintándose. Me gustan la estrategia y la táctica.Me gustan los dados raros. Me gusta ver cómo la fama de una unidad o un personaje intimidan al contrario y sucede lo improbable, como escribe Tolstoi en ‘Guerra y Paz’ bajándole los humos a Napoleón. Me gusta poner un punto azul a mis miniaturas con baraka. Y me gusta la cara de los niños cuando nos ven jugar antes de que nadie les haya dicho que eso es raro.

Por cierto: ganaron los droides, pero eso no se queda así.

* Abogado