El mundo ha dado los primeros pasos para la inmunidad ante el covid. La primera mujer británica vacunada ya recibió su segunda dosis y puñados de personas en distintos países comparten ya ese primer y decidido avance que solo cuando un 80% de la población lo secunde nos dará el alivio final. ¿Final? El coronavirus ha sido solo el último de los azotes víricos que hemos sufrido, pero la ciencia tiene un diagnóstico compartido: habrá más. El cambio climático ha pulverizado muchos equilibrios de la naturaleza y la propagación de enfermedades tiene vía libre en el coladero de correas de transmisión.

2021 arranca con ese feo vaticinio, aún sin fecha, pero bichos aparte no podemos negar que entramos enfangados en otra epidemia ya patente. Las adicciones, en muchos casos alimentadas por la ansiedad de las derivadas de la situación -paro, precariedad, estrés, pura incertidumbre-, no son una amenaza sino una realidad cotidiana. La preocupación por la salud mental se abre camino a medida que la ciencia va cerrando el paso a los retos puramente técnicos: antígenos, vacunas varias, protocolos médicos. El abuso de drogas se ha extendido a la par que la pobreza y la nueva realidad. Esta nueva epidemia ha desbordado los círculos de la delincuencia habitual para infiltrarse en nuestros barrios como nunca antes en apenas unos meses: los cultivos masivos de marihuana crecen porque hay una demanda, y también se disparan los problemas.

Droga, sí, y también juego. Si la ludopatía fuera un animal estaría en su elemento en el escenario que nos rodea. La angustia y la necesidad económica forman un cóctel explosivo con la vida de confinamiento que conlleva la lucha contra el covid. Las plataformas de juego en internet se multiplican y nada parece que las pueda frenar, al margen de alguna que otra regulación exprés. El ministro Garzón ha impulsado limitaciones a la actividad pero la conducta compulsiva que exhiben muchos jugadores no tiene fácil control. La ludopatía asociada al móvil y el ordenador supone ya el 26% de las visitas a los especialistas, cuatro veces más que en 2010

No digamos ya otras adicciones sociales como la del abuso de tecnologías y redes sociales, impulsadas por los avances del capitalismo pero con un tremendo impacto mental cuando se excede su uso. Los más jóvenes también son una diana fácil de esta otra epidemia; con un control parental vulnerable, rutinas rotas, y empujados a la alternativa tecnológica para seguir relacionándose y para estudiar o pasar el tiempo.

La pandemia nos obligó a quedarnos en casa para estar más seguros, y sí, estamos más protegidos de la exposición al virus. Pero nadie imaginó que el covid, como un mecanismo de relojería, activaba con su ruedecita otras epidemias invisibles, sin tos ni fiebre. La de la soledad, la de la adicción al juego, las redes sociales, la droga.

* Periodista