Hay años y años. Y este que ahora acaba tardaremos en digerirlo, si no es que solapa al flamante 2021 convirtiéndolo en una mera extensión de un año que quedará grabado en la memoria colectiva de la humanidad con letras indelebles. Tal es el alcance de la pandemia planetaria de un coronavirus que un mal día salió (¿de un mercado?, ¿de un laboratorio?... las preguntas se amontonan y hay que esperar para obtener respuestas) de una población china desconocida fuera del gigante asiático y cuyo nombre, Wuhan, deletrea ahora hasta el pastor más perdido de cualquier territorio hollado por el ser humano, desde Laponia hasta el delta del Okavango, así es la aldea global. El covid-19 irrumpió en nuestra forma de vida, en nuestra salud, en nuestra economía, y las ha vapuleado cual marioneta sin cuerda a merced del viento. Nos creíamos fuertes y un virus ha evidenciado nuestra fragilidad. La humildad siempre es bien recibida. No está mal. Pero sí está mal, o lo siguiente, la poda humana que la pandemia ha cosechado por doquier. El planeta huele a muerte como hace ya muchos años no se percibía. Demasiadas vidas, familias, economías... rotas. A las vacunas que ahora copan casi toda la atención nos encomendamos. El tiempo tendrá la última palabra. Y digo «casi» porque este 2020, con permiso del covid-19, también nos ha deparado otras convulsiones no por menos globales más llevaderas. Que se lo digan, si no, al Rey, que ha vivido (y lo que le queda) su annus horribilis en 2020 por mor de las afloradas andanzas de su progenitor y anterior Jefe del Estado. Corinna, paraísos fiscales, fuga a un país amigo... demasiado para una sociedad en proceso de laceración desde la crisis del 2008, aumentado ahora aún más con el destrozo del coronavirus. Demasiado también para otra sociedad, la estadounidense, que ha acudido a las urnas y decidido no renovar a Trump y su troupe el pase de pernocta en la Casa Blanca por un puñado de años más, mientras el país no encuentra salida a una honda fractura (social, económica, ideológica) que le permite al lame duck enarbolar la bandera de un amaño electoral que ni por asomo ve el propio y nada sospechoso (en la cuestión que nos ocupa) Tribunal Supremo de EEUU. Ardua tarea le espera a Joe Biden. Al otro lado del charco, Reino Unido ha seguido con su proceso de salida (brexit, por si hay alguien que no se haya enterado aún) de la Unión Europea en una suerte de quiero y no puedo, de qué dedo me corto que no me duela, que se sustanciará, se supone, ya en este nuevo 2021. Y bajando la lupa y el mapa aún más nos encontramos con un país de irreductibles hispanos (aquí entran hasta los que abominan de tal condición; en realidad, comparten el podio con los que administran el carnet de españolidad) cuya clase política nos ha obsequiado con un año de bronca.

Bronca en los medios y en las redes, en el Parlamento, en las 17 cámaras autonómicas. Y arreones hasta dentro del propio Gobierno. El Ejecutivo de coalición de PSOE y Podemos no ha dejado indiferente a nadie. Y en esas seguimos.

* Jefe de Cierre