Escribe algo alegre, algo alegre... por Dios», me decía recientemente respecto a esta columna mi amigo Juande Pozuelo tras un cuarto de hora de hablar por teléfono y solamente podernos contar desgracias en nuestros círculos más cercanos, de las fiestas navideñas, de otros círculos más lejanos... de la circunferencia del planeta todo.

Pero lo peor de todo es que, precisamente, no pueda encontrarse algo alegre ni poniéndole empeño en este final del 2020. Por supuesto que hay más que sobradas noticias de hechos y gestos altruistas, patrióticos, solidarios y de esperanza, pero coincidirán conmigo en que aunque reconfortan y animan el espíritu son las caras positivas de una tragedia global que subyace, no es una alegría pura y dura en sí misma. Incluso los miles de memes de este año no dejan de ser un humor para defenderse del dolor. No es esa carcajada adolescente sin más ambición que la propia risa y sin rastro de amargura.

Un ejemplo: intenten leer en prensa, ver en TV o escuchar en la radio los típicos resúmenes del año de estas fechas y díganme si cuando la crónica no va por julio uno no necesita urgentemente antidepresivos. Desde aquí, un homenaje a los compañeros periodistas que en todos los medios han tenido que recopilar y seleccionar entre la lista de tragedias diarias, causadas directa o indirectamente por la pandemia. Han tenido que terminar tocados en el alma. Ánimo.

Les pongo otro caso: en un informativo de televisión de la pasada Nochebuena los editores del espacio programaron una simpática noticia, en directo y vía satélite, de cómo Papá Noel había comenzado ya su viaje de reparto de regalos por el mundo. Y muy bien hecho, si no fuera porque esta entrañable información era la única puramente alegre de la jornada y por eso le pegaba al telediario como a un santo dos pistolas, llegando después de media hora de informaciones cañeras sobre la pandemia tras las que uno no sabía ya si cortarse las venas o dejárselas largas y con mechas. No sé si el pequeño Martín Sánchez, aún presente en nuestra cena de Nochebuena a esa hora, se dio cuenta a sus añitos del contrasentido. No le vi la cara. Pero con lo listo que es seguro que se quedó preguntando por qué Papá Noel aparecía sin mascarilla tras los renos y, además, no lo habían parado en el Canal de la Mancha para hacerle una PCR.

Por supuesto que nos queda el humor, que es un don de las personas inteligentes, como válvula de escape para afrontar la sucesión de dramas de este 2020. Los andaluces tradicionalmente sabemos bien hacer de las lágrimas risas y esperanzas. Precisamente por eso, y a pesar de los durísimos meses que aún quedan, permitan que les augure que el 2021 será mejor, lo haremos mejor, reiremos de verdad... Total, a partir de la noche de mañana y durante doce meses tendremos otro año que vivir.