Hace un año no podíamos imaginar lo que estos doce meses pasados nos aguardaban. Analistas de todo fuste y pelaje se afanaban en perfilar sus previsiones económicas y políticas bajo unos parámetros y desde una actualidad que se fue al traste sin remedio. Qué ilusos somos. Comenzamos el año brindando entre abrazos y buenos deseos que pronto se fueron enfriando con el rigor de la cuesta de enero, que enseguida devino en precipicio de caída libre. Es corto el amor y largo el olvido, escribía Neruda. Tardaremos en olvidar este año.

No será difícil encontrar la palabra más repetida del calendario que ha redefinido todas nuestras prioridades y estrategias: pandemia. Y mirando con cierta perspectiva, me cuestiono si la adversidad sanitaria y el desastre económico nos ha unido y nos ha hecho más fuertes. Si ha sacado lo mejor de nosotros. Y me temo que la respuesta no sea favorable, pese al esfuerzo heroico de muchos profesionales que pusieron las manos, la cara y la vida a favor de los demás. Pienso que hoy el mundo no es mejor que hace un año. Al margen de las bofetadas de Marruecos, del enquistamiento de dictaduras como las de Venezuela, de la huida del Reino Unido, de la irrelevancia creciente de nuestro país en el tablero internacional, de las crisis de justicia y de flujos migratorios en todo el mundo, etc. Creo que la sociedad española está más dividida y polarizada desde el punto de visto político, pero también social y económico. Han crecido exponencialmente los divorcios, los abortos, las depresiones y los suicidios. Han aumentado las colas del desempleo y de los comedores sociales. La distancia social preventiva se ha convertido en muchos casos en alejamiento social, en dieta de abrazos, en soledades forzadas. Y ya saben lo de Aristóteles, el hombre es un ser social por naturaleza.

Me pregunto cómo medir el impacto de esta situación en esos índices estandarizados de desarrollo humano. Hemos afrontado en este periodo un problema global al que la globalización no ha sabido dar respuesta. Ayuna de organizaciones políticas sólidas, que han llevado por defecto a la deriva nacionalista e identitaria, a la fragmentación aún más evidente de las estructuras supranacionales que tardará tiempo en restañar.

Creo que en este año que ya se marcha, ganaron la partida los miedos y las sombras, las incertidumbres y las desdichas. Generando dolor contenido, en unos casos, o crispación desbordada en otros. Casi un año entero contando diariamente contagiados y fallecidos. Un año maldito de sufrimientos, de duelos y quebrantos. Nuestra sociedad, que de forma permanente nos muestra el éxito y nos vende el glamour, no está preparada para las desgracias y el fracaso. Decía el psicólogo Javier Urra que debería enseñarse en los colegios la asignatura de la frustración, como parte de nuestra formación integral y nuestro equilibrio emocional.

Le decimos adiós para toda la vida a este 2020, aunque toda la vida sigamos pensando en ti. No es un adiós triste, sino esperanzado, lleno de rabia y coraje. Más que adiós, es una ruptura deseada. Soltamos amarras de esta pesadilla que quizás, eso sí, nos enseñó que somos frágiles y vulnerables, nos ha puesto muchos límites, dándonos una lección de humildad. Nos instruyó, en el capítulo de la austeridad, al comprobar que no necesitábamos tantas cosas, y nos alertó de que debemos vivir el presente priorizando lo importante por encima de lo urgente, valorando más lo que más cerca tenemos. Hasta siempre. Bye, bye 2020.